The Price of Magic
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Mensaje por Freddie N. Gilmore Sáb Ene 30, 2016 2:28 am

It's because I've been loved that I've become stronger
Bosque | Con Daisy | Pasada la media noche
Normalmente no tenía ningún inconveniente con respetar mi hora de dormir pero hoy era una ocasión especial: Daisy me había dicho que me mostraría el lugar más increíble en el pueblo. Después de que me descartara la heladería de la lista fue cuando la curiosidad me entró y no pude negarme.  Escaparse de la escuela era una cosa, escaparse de casa era algo más delicado y mientras levantaba la ventana de mi habitación decidí que era mejor escribir una nota a mi padre por si se despertaba y se daba cuenta de mi ausencia, no llamara a la policía y despertara a la mitad del pueblo gritando que trolls me habían secuestrado y llevado al bosque. Seguro que a Daisy no le encantaba que la llamaran troll y era mejor no tener problemas con ella.

Un simple aviso de mi ubicación era más que suficiente. Lo coloqué sobre la cabeza del oso que ocupaba mi lugar en la cama y salí por la ventana sin hacer ruido con una mochila que contenía todo lo que ella me había dicho que podríamos necesitar (lo cual incluía una linterna, leche de chocolate y galletas que la señora Daniels me daba cada vez que bañaba a su gato), un abrigo que me volvía igual de redondo que un muñeco de nieve, un gorro que me cubría las orejas para no ser confundido con un duende de jardín y una bufanda para que Jack frost no me congelara la nariz. Y probablemente estaba haciendo demasiadas referencias por lo que tomé la bicicleta del jardín y comencé a pedalear con todas mis fuerzas antes de que mi padre saliera por la puerta de la casa y me regresara a la cama de la oreja. La casa de mi amiga no estaba lejos y en la noche todo parecía más cerca porque no había gente en el camino por lo que pronto estuve lanzando pequeñas piedras a su ventana, siempre echando un vistazo a la otra ventana para asegurarme que su tía no salía a echarme y reportarme a las autoridades. Su cabeza pronto se asomó y la saludé desde mi bicicleta. Comprobé el pequeño mapa que ambos habíamos trazado durante el día mientras ella bajaba de su ventana con mejor agilidad que yo pero aquello no me intimidaba, ella era una experta en escaparse de casa por las noches. Quizá yo podría haber aprendido ya unos cuantos trucos de no ser porque caía dormido después de un buen plato de galletas y un vaso de leche tibia. —Si vamos por la calle de la señora Walton llegaremos más rápido—susurré a pesar de que no había nadie más en aquel lugar y por si la tía de Daisy tenía súper poderes.

Recorrimos las calles con velocidad en dirección al bosque. Es verdad que un niño de mi edad debería estar aterrado por la imponente masa oscura que era el bosque a esta hora pero aquella discusión ya la había tenido con su amiga: siempre que tuvieran una lámpara en la mano (o en la cabeza como los mineros) estarían bien. Además Daisy era muy valiente y debía serlo de igual forma si quería que ella me siguiera haciendo participe de aquellas aventuras. —Creo que ya deberíamos prender las lámparas— dije deteniendo la bicicleta en las lintes del bosque al mismo tiempo que Daisy— ¡Pero no tengo miedo, eh! —aclaré, buscando su mirada para asegurarme que no me mandaría de vuelta a mi casa en ese instante. Rebusqué en mi mochila por la lámpara de minero (que había pedido prestada especialmente para esa misión…excepto que el alcalde pensaba que era para un disfraz de Bob el constructor) — Es bastante emocionante. ¿Ya me dirás qué es lo que veremos? Aun pienso que encontraste una manada de lobos que quiere adoptarte y quieres que yo me asegure si tienen pulgas o no— No me consideraba un experto en lobos pero podía intentarlo. ¿Qué tan diferentes eran de un Husky?
Freddie N. Gilmore
Freddie N. Gilmore
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Mensaje por Daisy M. Armentrout Sáb Feb 06, 2016 3:05 pm

It's because I've been loved that I've become stronger
Bosque | Con Freddie | Pasada la media noche
No estaba terminado. Daisy estaba segura de que le tomaría por lo menos unas 3 o 4 visitas más para terminar de completar lo que había proyectado en su mente hacía tanto, pero ya no quería esperar más. Se sentía impaciente y entusiasmada. La emoción la embargaba como un pequeño cosquilleo desde la punta de sus dedos y terminaba revoloteando alegremente sobre el resto de su piel, al punto en que prácticamente se encontraba dando saltitos para cuando Freddie finalmente llegó a la casa de su tía. La única persona con la que quería compartir aquello medía poco más de un metro, comía más galletas que el propio Monstruo de las Galletas y se encontraba en aquellos momentos lanzando pequeñas piedritas a su ventana en lugar de graznar como le había pedido. Para despistar a su tía, lógicamente, y no porque el sonido le resultara extremadamente gracioso e imposible de no contestar con suaves ’pío pío pío.’

— ¡Ya voy, ya voy!—susurra, antes de soltar lo que tenía en las manos (unas varillas medianas) para cubrirse la boca y así acallar su descuido. El ruido que hacen las varillas al golpear el suelo la hacen querer golpear su propia cabeza contra la pared por ser tan atolondrada, pero por suerte, Celeste Armentrout no duerme, sino que se desmaya por las noches y no hace el menor indicio de haber escuchado su alboroto. Si es porque su sistema digestivo funciona como el de las anacondas que luego de tragar a sus presas permanecen inmóviles por horas —a veces hasta días— o porque aún no se percata de que ha cambiado sus vitaminas por somníferos, no está segura. Cualquiera le viene bien en aquellos momentos, pues la cuestión es que no la descubra.

Tras asegurarse de que suelta su enorme mochila sobre cualquier otro lugar que no sea la cabeza de Freddie, la adolescente se escabulle por su ventana. Tiene práctica en la materia y es solo cuestión de asegurar sus pies en los lugares indicados y luego dejarse caer. Freddie y sus instrucciones la esperan, por lo que tras asentir con una sonrisa cómplice, endereza su bicicleta y parten a la carrera. No es lo mismo que su motocicleta, definitivamente, pero se acerca. Especialmente en aquellas noches en la que el pueblo está tranquilo y en silencio y tanto ella como Freddie pueden cruzar las calles a toda velocidad y sin ningún tipo de restricción.
 
—Gané—exclama, elevando un brazo en señal de triunfo al dejar caer su bicicleta un segundo antes que la de Freddie. Asiente ante la sugerencia del niño y eleva una ceja en señal de escepticismo. —¿Estás seguro? Aún podemos volver. —señala a su espalda, mientras se encarga de esconder tanto su bicicleta como la de Freddie detrás de unos arbustos. No quería que por algún descuido, algun vecino sonámbulo le fuese con el chisme al padre de Freddie. O peor, a su tía. Sabe que la respuesta de su pequeño compañero será negativa incluso antes de oírlo proclamarla, por lo que no deja de sonreír. —Irá todo bien, no te preocupes. He recorrido esta zona del bosque tantas veces que he perdido la cuenta. Mientras llevemos las linternas y no huelas a comida para monstruos, no habrá problema—lo mira un segundo, considerando la idea y luego lo olfatea un poco. —Nah, no pareces apetitoso de todas formas—descarta, encogiéndose de hombros de manera despreocupada.

Escucha las interrogantes de Freddie y deja escapar una risita sin poder contenerla. Los lobos parecen una idea digna de consideración, ciertamente. Seguro ellos no la obligan a ir a la escuela —¿Y arruinar la sorpresa? No, señor. —termina de acomodar los tirantes de su mochila en su espalda y procede a arrodillarse frente a Freddie. Toma nota de su abrigo, su gorro y su bufanda, asegurandose que todo esté correctamente dispuesto y el niño no corra peligro de morir de hipotermia antes de llegar al lugar que quiere mostrarle. Luego hace lo mismo con su propia vestimenta, acomodando su gorro para que cubra bien sus orejas y apartando su cabello de su rostro para que no le moleste al caminar. Un último vistazo al calzado de ambos, mas por costumbre que por verdadera necesidad, la hace alzar una ceja. —¿Se supone que has atado tus cordones o que estás listo para estampar tu cara contra la nieve al primer paso?—señala ligeramente sus botas y las de Freddie, para que el niño vea la diferencia y espera ansiosamente mientras se corrige aquel detalle.

Una vez listos ambos, estira una de sus manos envueltas en guantes rosas para tomar la de Freddie. —¿Listo para la aventura de hoy, Freddiesaurio? Tenemos que caminar un poco, pero no tardaremos demasiado en llegar—mientras comienzan a andar, linterna y niño en mano, una duda la asalta. —Por cierto, ¿Cenaste bien hoy? No me preocupan los monstruos del bosque, pero si tienes intención de mordisquearme, me siento en la obligación de recordarte que tengo dulces en la mochila que son infinitamente más sabrosos que yo.
Daisy M. Armentrout
Daisy M. Armentrout
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