The Price of Magic
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Mensaje por Ivan I. Shatov Dom Dic 20, 2015 6:03 pm

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Taller mecánico | Con B | 22:00 hrs

Ivan conoció, especialmente durante el colegio, a muchos chicos que soñaban con Norteamérica. Nunca los entendió. Si bien puede que fuera porque su padre era un nacionalista que incluso se negaba a admitir que el régimen de Lenin fue una mancha negra en el pasado, no sólo de Rusia, sino del mundo; él tampoco ha estado de acuerdo con la soberbia de los norteamericanos, su necesidad por meter la nariz en cualquier asunto que no les corresponde. Cualquiera pensaría que el pequeño poblado en el que había ido a parar por culpa de la mujer que no había visto en todo el día, sería más prudente para con él. Vaya error. Lo cierto es que fue un error pensar que los pillos pertenecían solo a las ciudades, pero el cuerpo de un muchacho que había intentado amedrentarlo con una navaja que más parecía llavero, demostraba lo contrario. Está acuclillado frente a él, intenta revisar su pulso, pero el temblor en sus manos, no por susto, sino por ira; entorpece su intención de presionar sus dedos contra su cuello en busca de latidos. Está vivo, lo único que lamenta es que seguramente volverá al vicio de querer vivir por medio de otros.

Sigue su camino, renegando en su interior. Lleva mucho más tiempo del que esperaba en ese pueblito, en el horrible país que no comprendía, con una mujer que hacía lo que quería cuando quería. Se supone que es su esposo, tendría que tenerle cierta consideración ¿cierto? Pero no es su esposo, se recuerda nuevamente. De cualquier modo no la mataría avisarle que se quedará más tiempo en el taller. No puede evitar preocuparse, ¿qué pasa si acaso lo descubrió y huyó sin mirar atrás? Tiene que ser cuidadoso, no puede perderla, aunque ya no sabe distinguir si no puede hacerlo porque fallaría en su misión, o si ese deseo de que no desaparezca de su vista tiene que ver con algo más.

Respira, por primera vez desde hace varias horas, cuando ve las luces del taller cerrado. Toma la manija, girándola con calma y descubre, con enfado que es más preocupación, que está abierta. — Al menos deberías cerrar cuando te quedas a trabajar sola. — le dice aunque la ve concentrada arreglando una pieza. — Podría pasarte algo. — continua, sabe que ella puede defenderse sola, pero eso no evita en absoluto que, por alguna extraña razón, se preocupe por ella. Se acerca por fin a dónde está y observa lo que hace con un dejo de curiosidad. — No estaría de más que le avisaras a tu esposo que llegarás tarde a casa.

Eso último quizás sea más una provocación que un regaño, pero su rostro se muestra impasible mientras la mira.
Ivan I. Shatov
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Mensaje por B. Z. Alisdair Dom Dic 20, 2015 9:07 pm

Perfume garden
Taller mecánico | Con Ivan | 22:00 hrs

Gracias a los pesados audífonos que tenía puestos, no escuchó cuando Garrick anunció su partida. Tendría trabajo en el pub y no podía esperar hasta que la reina se dignara a salir del taller para cerrar. La dejó ser; todos sabían lo cabeza dura que B. podía llegar a ser si se le molestaba, y preferían no sufrir consecuencias cuando una llave adornaba su pequeña pero callosa mano. Colocaba viejas canciones a todo volumen en su pobre ipod grasoso, mientras atornillaba de las últimas piezas que quedaban del Volkswagen que llevaba meses reparando. Se negaba a que le echaran una mano, era su forma de penitencia por las tonterías que había hecho en su pasado, enterrando entre grasa, aceite y cables su dolor y melancolía. Más allá de ello, B. estaba llena de rabia. Prefería desahogarse en el trabajo, atornillando, limpiando o aceitando objetos, que tener tiempo libre para ponerse a reflexionar. Su pequeña composición le permitía esconderse debajo de los carros hasta que fuese la hora de cerrar y tuviesen que sacarla del taller. Sin embargo, tanto el dueño, como Garrick y otros mecánicos, habían entendido que la joven podría pasar horas dentro sin hartarse y sin ganas de ir a casa. ¿Tenía ganas? Se preguntaba siempre lo mismo, mientras veía fusibles quemados e irreparables, o cables marchitados por el tiempo. No sabía si estaba lista para abrazar la idea de sentirse en un hogar de nuevo.

B. se quedó a solas en el taller, escuchando a Pink Floyd a todo volumen, sin percatarse que se encontraba sola, por fin. Levantó la mirada de lo que estaba haciendo, y suspiró hondamente, quitándose a continuación los audífonos, dejando los cascos a un lado. De repente sintió cómo todo el cuerpo le dolía, además que estaba cubierta de aceite y grasa mecánica. Hoy le habían mandado a pintar un Mercedes blanco, por…¿rojo? Bueno, alguno de los riquillos del pueblo tenía gustos excéntricos y B. había tenido que usar pintura automotriz, a lo que era muy mala y acaba ensuciando toda su ropa. Sus brazos y manos no tenían mejor aspecto. Miró el reloj de pared y arqueó ambas cejas cuando descubrió la hora. Su mente vagó hasta Ivan y se mordió el labio inferior para imaginarse el disgusto que probablemente le provocaría. Aún no entendía los arrojos que tenía el ruso, no podía adivinar todos, pues además tenía él un carácter fuerte que chocaba con el de ella. Sin embargo allí estaban; “casados“, con mil mentiras qué contar y dependiendo uno del otro para pasar desapercibidos en ese pueblo tan pequeño. Retomó la llave y empezó a atornillar con más energía, de repente molesta por el pensamiento de Ivan, que siempre la ponía con los nervios de punta.

Como si aquello fuese una invocación, la perilla giró sin resistencia y un alto hombre apareció por la puerta. La calle fría envió la invitación antes que el ruso elevara la voz para hacerse escuchar por los oídos de B. que siempre intentaban hacerse sordos ante el hombre. La morena elevó la mirada y arqueó una ceja, frunciendo el ceño más de lo que quería. –No llevo más de cinco minutos sola y ya quieres armar un escenario, Ivan.- Bajó la mirada, dispuesta a seguir atornillando, intentando hacerle entender que podía marcharse, invitándolo con movimientos y gestos. Pero el ruso continuó de pie frente a ella. –No me va a pasar nada, tengo aceite y extintores para defenderme.-Detuvo de nuevo su trabajo, escuchando las últimas palabras del rubio y estuvo a punto de soltar una risita. Aún no estaba acostumbrada a que la llamaran con etiquetas, menos que Ivan se empecinara a llamarse a sí mismo esposo, recalcando una y otra vez la razón de su falsa unión. Dejó despacio la llave para intentar no aventársela en la cabeza, y se limpió las manos en el jumper que llevaba. -¿Y qué si no quiero? Más que mi esposo, me recuerdas a mi padre.- Colocó ambas manos en los bolsillos del jumper, que estaban a la altura de su cintura.- ¿Por qué tanta preocupación, querido esposo? –recalcó con cierta ironía en sus palabras.-¿Temías que estuviese con otro hombre?-Bromeó y le buscó la mirada, aunque él le sacaba fácilmente unas cuatro cabezas.
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Mensaje por Ivan I. Shatov Dom Dic 20, 2015 11:59 pm

Perfume garden
Taller mecánico | Con B | 22:00 hrs
La conocía, más de lo que ella pensaba y más de lo que él se daba crédito. Sabe lo que pasó con ella, su relación con un traficante de armas que la llevó a la desgracia. Lo que sucedió en la cárcel y lo que pasó luego de salir de ella. No ha confiado nada de eso en él, pero lo sabe gracias a los informes que estudió antes de abordarla, de convencerla para que escapara con él. Entendía que había motivos por los cuales B se quedaba trabajando hasta tarde. Sabía que su mente estaba en otra parte, que se olvidaba de comer. Su carácter, casi tan cerrado como el suyo, limitaba sus interacciones con el resto de las personas en el pueblo, aunque su contacto con la gente era mucho mayor que el que él tenía. Atendía clientes, les informaba de los desperfectos que encontraba en los autos que les eran encargados. Ignoraba a quienes la subestimaban por ser mujer. Mantenía la frente en alto. Francamente a él también le había sorprendido que supiera de mecánica. En la pequeña comunidad en la que creció, la mayoría de mujeres eran amas de casa o trabajadoras de locales especializados con labores más asociados a las mujeres que a los hombres, como florerías. Quizás era por eso que siempre que iba por ella se quedaba mirándola con cierta fascinación que sus facciones siempre neutrales hacían invisible. Le gustaba hacerlo aunque se daba cuenta de que B no tomaba a bien esas veces en las que llegaba a su trabajo, sin invitación y sin razón –al menos de acuerdo a ella- aparente.

Ella no solía ir a verlo, no había necesidad porque él siempre terminaba su jornada a tiempo y regresaba a casa porque no tenía otro lugar dónde ir y no tenía ánimos de buscar. Si quería seguir trabajando con la madera, podía hacerlo en el patio trasero del pequeño hogar. Pegar, atornillar o barnizar eran tareas que había llegado a hacer ahí, siempre cuando tenía intención de armar un nuevo mueble para la casa que a veces llamaba hogar cuando se distraía. B, en cambio, seguía tan distante como desde la primera vez que interactuaron, a veces lo miraba, si, pero sólo para analizarlo, como si se preguntara qué era lo que él sacaba manteniendo el mismo acuerdo a pesar de que aparentemente no tenían nada que temer. Le malhumoraba pensar que él tenía el papel de esposa preocupada, abnegada y sobreprotectora, pero parecía que esa era su dinámica y no parecía que fuese a cambiar pronto. No mientras se decidiera a salir de casa, bolsa de comida en mano, con destino al taller en el que B trabajaba, rodeada de hombres. No son celos, mera preocupación de que algo le pase antes de que él pueda cumplir con su misión. Él sabe, ha visto de cerca, el modo en que los hombres pueden comportarse cuando creen que pueden salirse con la suya; pero B no parece en lo absoluto preocupada por ello, lo que le frustra inmensamente.

La mira a los ojos cuando ella protesta. — No parece que hayas pasado tan poco tiempo sola. Ya son las diez. — repone con seriedad, si nota el significado de los gestos de B, no da señal alguna de hacerlo. Se queda ahí donde está, continuando con su tarea de observar lo que está haciendo. — Si dejas la puerta abierta, existe la posibilidad de que alguien con malas intenciones entre. — insiste, deseando sacudirla para que entienda de una vez que no es todopoderosa y que el aceite y los extintores poco o nada harían para salvarla si alguien quisiera hacerle daño. Desvía la mirada cuando lo compara con su padre. No sabe de esa parte de su vida. Sacude la cabeza, comenzando a irritarse — ¿A qué te refieres con eso? — cuestiona entonces, como si estuviera indignado –y quizás lo está un poco- para ver si así puede saber algo más de ella, algo que no supieran ya. Alza la mano para mostrarle la bolsa con comida, fingiendo que busca hacer las paces, pero la deja caer con brusquedad al escuchar sus palabras. Un par de llaves grasientas caen, el sonido retumba por el taller escandalosamente. Aprieta la mandíbula y sus manos se hacen puños para controlar el temblor que siempre empieza cuando algo lo enfurece. No tiene gran idea del porqué de su reacción tan adversa, pero su cerebro no tiene ganas de pensar en razones y sólo lo deja actuar. Su puño hace retumbar la mesa de hierro y sus ojos están fijos en los de ella. El silencio es pesado, la tensión palpable. Lentamente, como si por fin estuviese obteniendo de vuelta el poder sobre su propio cuerpo, se echa para atrás, su espalda completamente recta. — Acordamos algo cuando decidimos huir y acepté venir aquí. Cumplí con mi parte. Cumple con la tuya.

La mira un momento más antes de alejarse de ahí, caminando hacia el fondo del taller, aparentemente estudiando los autos aunque en realidad intenta calmarse, a su costado sus manos tiemblan violentamente aunque el resto de su cuerpo parece relajado.

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Mensaje por B. Z. Alisdair Lun Dic 21, 2015 1:23 am

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Taller mecánico | Con Ivan | 22:00 hrs

Después de lo sucedido en Rusia, era extraño que B confiase en alguien más que en ella misma. ¿Confiaba plenamente? No. Había cometido tantísimas tonterías como para no dudar dos veces en sí. Ivan era en cierta forma quien le planteaba ambos pies en el suelo, mientras con su mirada severa, le reprochaba la testarudez y el cinismo con el que B actuaba muy a menudo. No podía evitarlo. Sinceramente le costaba trabajo volver a ser tan femenina como era antes, le costaba trabajo sonreír, pero sobre todo, confiar. Miraba ajeno a Ivan, analizándolo de lejos mientras veía sus movimientos bruscos y unos tantos increíblemente delicados. Le era interesante el pensar en un pasado ficticio (o probablemente real), en donde el joven ruso era juzgando injustamente y por eso cargaba con tanta tristeza en sus ojos, porque de eso, B sí se daba cuenta. Aunque él pensara que ella era la peor esposa del mundo, incluso tomada como una amiga o aliada, B sí había reparado en él. Había pasado días observando cómo se alteraba con facilidad, cómo apretaba los puños para controlar su rabia y cómo su pecho se levantaba pesadamente en su lucha por recuperar su propia voluntad. Aquello B sabía que lo hacía triste. ¿Qué persona estaría feliz de no tener control pleno sobre su cuerpo? Por eso no lo juzgaba, por eso había aceptado escapar con él desde un principio.

También había noches en donde la pequeña inglesa no podía conciliar el sueño y daba mil vueltas en su cama. Salía de su habitación para buscar la de Ivan. No eran marido y mujer, no había necesidad de dormir juntos o compartir baño. Ni siquiera tenían que saludarse en la mañana si no querían, pero la morena buscaba confort sentándose en el suelo, recargando su espalda en la cama de Ivan, y sintiendo su presencia con simples respiraciones profundas, vivas. Entendía así que no estaba sola. Pero claro, no confesaba aquello ni a su almohada, porque podrían estar escuchándola. Gustaba así hacerse la dura, refugiarse en su mecánica y engañar a todos con su dureza y poca madurez. Por eso no era nuevo que alentara a Ivan a tener una de sus crisis. ¿Qué esperaba ella? ¿Qué la golpeara? Estaba loca, pero quizá un zarandeo sería suficiente para que volviese a sentirse viva de nuevo. Podría dejar de ser Berenice y ser la B que su madre había dejado antes de partir en el accidente de carro. Quizá se escudaba por eso en Ivan, porque intentaba encontrar en él lo que había perdido de ella. Sus grandes explosiones de sentimiento la hacían nostálgica a los sentimientos escasos que ella podía palmar.

-Sí, son las diez. Pero el turno terminó a las nueve.- A veces era muy infantil en sus respuestas, por bobaliconas que fuesen, ella las contestaba sin pensar, sobre todo si se trataba de Ivan.–Garrick se acaba de ir, y se le olvidó dejar la llave. No seas tan dramático.- Se reprochó a sí misma por darle una explicación. No tenía por qué ¿o si? De nuevo se sentía en presencia de su sobreprotector padre. Apretó los labios e intentó evadir a Ivan, en vano. Suspiró a propósito.-¿En serio? Estamos en un pueblo pequeñísimo. No es Rusia, aquí no me van a sacar un riñón por caminar sola de aquí a la casa.- No se movió ni un centímetro de su banco, solo rodó los ojos. Storybrooke les había sentado bien en la coartada, nadie había jamás dudado de ellos, si alguna vez se mostraron sospechosos. -¿Qué? ¿Mi padre? Ah, si. Igual era paranoico y qué crees, su hija terminó en la cárcel. Para ya con esto, Ivan, no te equivoques.- Empezó a molestarse de verdad y esta vez apartó la mirada de él. Quiso hacer el capricho de ponerse de nuevo los cascos y subirles el volumen hasta que la presencia de Ivan se borrara. Después de su réplica, Ivan también hizo lo propio, igual de infantil, igual de caprichoso. La comida se azotó contra la mesa y las llaves que B estaba usando hacía un momento, cayeron estrepitosamente.

Ante aquella acción brusca, B se levantó de un salto, casi resbalando con las lozas bañadas en grasa de motor. No dijo nada, por primera vez se quedó callada. No sabía si le tenía miedo o si sentía culpa. Miró la comida que había dejado él en la mesa y se mordió internamente la mejilla, algo apenada. Pero era orgullosa y se aferraba a su orgullo para que él no notara la debilidad que de repente él significaba. Es necia, terca y testaruda. Tomó el trapo con el que se había limpiado las manos anteriormente y se lo aventó a Ivan en la espalda, aunque en realidad no le hizo nada, solo era de nuevo, su mero capricho. -¿Mi parte? ¡Ja! No sé a cuál te refieres. ¿Quieres que me quede todo el día en casa preparando la cena para cuando llegues? ¿O prefieres que te recuerde cada cinco minutos frente a la gente cuánto te amo porque eres el esposo que siempre quise? Ah, ah, no acordamos eso. Y parece que me estás exigiendo detalles que no te pertenecen.- Quizá había hablado de más, pero estaba molesta y no tenía frenos de dónde agarrarse. Tragó saliva y se volvió a sentar, resistiendo la tentación de golpearlo cual niña de kínder con los puños en la espalda. Abrió la bolsa de comida que había traído el joven ruso y empezó a comer una de las papas fritas que tanto agradecía su estómago, aunque este estaba revuelto por el coraje.-¿No quieres? Todavía están tibias.-Dijo a regañadientes.
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Mensaje por Ivan I. Shatov Mar Dic 22, 2015 5:16 pm

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Taller mecánico | Con B | 22:00 hrs

Era altamente frustrante que pese a sus mejores esfuerzos, estuviese convencido de que B no sentía la más mínima confianza en él. Pese a todo, en esos momentos esquivos en los que su mente le dejaba pensar de forma más o menos racional, podía entenderla. La vida en la cárcel no es sencilla, especialmente en la cárcel rusa. El frío terrible, la soledad que te traga mientras estás rodeado con la escoria de la sociedad y, algunas veces –más de las que se animaba a pensar– con inocentes. Sus momentos de racionalidad, sin embargo, no lograban comprender esas formas pequeñas en las que B le demostraba algo. Quizás confianza, quizás mera tolerancia, quizás algo sin un nombre, pero algo había ahí entre los dos y él era incapaz de verlo. Si bien era difícil aceptar que ella no creyera en él, que su voluntad se tardara tanto en doblegarse, la respeta. Su carácter fuerte que lo hace enloquecer a veces, la fuerza oculta en el cuerpo mucho más pequeño que el suyo. Le agrada, pero al mismo tiempo se siente como una amenaza que tiene que combatir con todas sus fuerzas. Le gustaría no caer en sus juegos, pero pareciera que siempre sabe cuáles palabras o acciones son las exactas para hacerlo perder el control. Es cierto, sin embargo, que no es culpa suya. Es él quien tiene problemas controlando la súbita ira que lo invade y como su cuerpo junto con su mente pierden el control al punto en que incluso su percepción de la realidad se ve comprometida. Puede notar que la sorprendió con el golpe en la mesa en la que estaba trabajando, pero no consiguió controlarse con todas las palabras que brotaban sin tregua de su boca. Todo eso, el que B soportara sus desplantes, lo hacían preguntarse qué era eso que ocultaba que la obligaba a tolerarlo. Extraño el que sus sospechas aumentarían si supiera de las escapadas de B rumbo a su cuarto, donde busca consuelo sin activamente pedirlo.

Ella cree que exagera cuando le dice que cierre las puertas, que tenga cuidado. Piensa que es dramático, pero ella no fue testigo de los hombres transformándose en bestias. Ella no vio las atrocidades sucedidas durante la segunda guerra Chechena, como rusos y chechenos se transformaban. Ella no experimento la presión de sus propios puños golpeando y presionando sus orejas mientras recordaba el llanto de las mujeres, tendidas en las calles como se descarta lo ya usado. Ella no ha visto lo que él. Su mente es un revoltijo de imágenes, voces, gritos y la voz de B, todas retumbando, interrumpiéndose. Sus dedos golpetean sus muslos. Su mirada se mueve errática por entre los autos. Es el golpe del trapo contra su espalda el que lo regresa a la realidad y se gira, su ceño está fruncido, sus ojos entrecerrados, sus parpados tiemblan un momento en un tic rápido que podría haber pasado desapercibido. A sus oídos comienza a llegar su respiración alterada y traga saliva. Agachándose para tomar el trapo. — Deberías pedirle la llave a Garrick si tú eres la última en salir. No puedes dejar el taller abierto cuando te vayas, ¿acaso pensabas quedarte aquí la noche entera? — cuestiona, la única señal de su estado mental son sus pausas al hablar y la voz ronca, el fuerte acento ruso. Se concentra apretando el trapo, sin importarle que sus manos se manchan de la grasa impregnada. De cualquier modo sus dedos tienen manchas cafés por la laca para pintar madera. Se pone de pie y se acerca, dejando el trapo sobre la mesa. — Te quedas aquí como si no tuvieses a nadie esperándote en casa, como si no quisieras volver. — su voz se eleva de forma casi imperceptible. Apoya sus manos contra la superficie fría y grasosa de la mesa que antes golpeó. Así no se notan los movimientos involuntarios que siempre las asaltan. — Si no quieres que me preocupe por ti, no lo haré. — la mira fijamente. Quizás alguno de los dos sea capaz de notar que miente. Él no lo hace, aunque todo su cuerpo parezca relejarse un poco cuando la ve comer.

Rebusca en la bolsa y encuentra una servilleta, se inclina hacia ella, limpiando la comisura derecha de su boca. — No tengo necesidad de preocuparme de otros hombres. Ninguno de ellos va a traerte de comer al trabajo.

Sería obvio que bromea de no ser porque lo dice con completa seriedad mientras se sienta en un banquillo
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Mensaje por B. Z. Alisdair Miér Dic 30, 2015 2:07 am

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Taller mecánico | Con Ivan | 22:00 hrs

A veces B. solía preguntarse si en verdad se hubiese casado con Ivan, o si se hubiese casado con un hombre similar a él. Fausto era todo lo opuesto a Ivan. Para empezar, no le sacaba cinco cabezas a B., ni tampoco tenía esa complexión tan intimidante y dura que tenía el ruso. Fausto había sido un hombre bobalicón, con un sentido genuino del humor y comentarios ocurrentes que lograban que B. soltara carcajadas. Podría decirse que Fausto la había enamorado en base a la risa, y ahora que B. lo pensaba, cuando su espíritu estaba hecho trizas, ya no le parecía tan gracioso el haber compartido aquél tiempo desperdiciado en aquél hombre. Ivan era todo lo contrario, quizá como una sombra a los sentimientos y el rencor de la chica. Una presencia constante de su pesar en la cárcel, porque además los ojos del ruso estaban siempre cargados de una extraña y poco comprensible nostalgia, además de algo frío y duro lo cual B. no podía traspasar. ¿Por cuánto tiempo debían mantener aquella farsa? ¿Podría algún día encariñarse con él? Primero debía olvidar sus rencores, inseguridades y miedos, y aunque su presencia le daba seguridad, no lograba confiar del todo en él. Se abrazaba a sí misma y a su corazón trémulo por miedo a que de nuevo la pudiesen lastimar, porque no permitiría dos veces que su dignidad, su pequeño orgullo, fuesen arrebatados.

Por eso miraba pensativa al rubio mientras balanceaba sus pies sobre el piso, a la altura del banco alto. La primera vez que Ivan había tenido uno de sus arranques, B. se había asustado, había retrocedido un par de pasos y se había escondido en aquél caparazón que tenía como refugio. Sin embargo, empezaba a acostumbrarse, al grado que la psicología de Ivan le preocupaba y le daba curiosidad al mismo tiempo. Suspiró y masticó una papa frita antes de responder.-A veces el taller es mejor que llegar a casa. Nadie me cuestiona, puedo privarme de pensar, y no peleamos. ¿No es mejor así?- Cerró la boca, a regañadientes, un poco arrepentida de cada palabra que salía de su boca, pero la castaña no podía frenar nunca las palabras que se atropellaban en su boca. El acento ruso de Ivan se acentuaba cada vez más, a lo que B. no sabía si temer o amar. Le resultaba en cierta forma divertido cuando el ruso se atragantaba entre el inglés y el ruso, aunque ocultaba sus sonrisas y risitas para que él no se enfadara más. –Suenas como una abuela abandonada, Ivan. Siempre regreso a casa ¿no? Podría irme a casa de mi hermana, pero siempre regreso contigo.- Tragó saliva sintiéndose inconforme con sus palabras recién resueltas.

Se inclinó sobre la mesa, masticando una papa más, pero esta vez colocó ambos codos sobre la madera, y sus pequeños puños sirvieron de recargadera al rostro redondeado de B. Miraba hacia el frente, cuando de repente se sobresaltó cuando Ivan limpió cuidadosamente la comisura de los labios de la morena. Por un momento, B. se quedó sin palabras, irguiéndose mientras el ruso se sentaba frente a ella, en un banquillo. La luz opaca del taller les brindaba un ambiente casi íntimo, seguro y de repente la chica empezó a sentirse más cómoda de lo que debería, como si estar ante la presencia de Ivan fuese lo más normal del mundo. B. carraspeó y se enfocó en meter la mano en la bolsa de comida que Ivan había dejado. Sacó las papitas y luego sacó una hamburguesa, que ya venía partida a la mitad. Sus pequeñas manos, llenas de cayos y grasa, separaron su mitad de la que pretendía dejar a Ivan. –No estamos casados de verdad…- Le volvió a recordar la morena. No quería que él se encariñara de un cadáver, no quería condenar al tierno ruso (porque tenía un lado tierno que se negaba a mostrar) a quererla a ella, que no tenía más sentimiento que dar que polvo y melancolía.

Le extendió la hamburguesa a Ivan y sonrió con debilidad. –Hoy Luke me preguntó cómo me había casado. ¿Había sido especial? ¿Mi luna de miel fue mágica?- B. alzó ambas cejas, mirando esta vez a su supuesto esposo.- Y no supe contestarle. Creo que nunca lo hemos hablado. ¿Cómo fue que nos casamos? Recuérdamelo.- Intentó suavizar la tensión que ella misma había contribuido a crear. –Oh, un momento.- Alzó una mano y se bajó del banquillo. Caminó hacia una estantería, en donde además de guardar sus herramientas, B. había escondido una botella de vodka. Tomó dos vasos desechables del taller y fue de nuevo a la mesa para reunirse con Ivan, sentándose de nuevo en el banquillo. -¿Quieres?- Le ofreció. Ella no esperó respuesta y sirvió vodka en ambos vasos. Le extendió uno a Ivan y el otro lo acaparó ella para beber una primera ronda de un trago. El licor le calentó la garganta, le coloreó las mejillas y sus labios se apretaron, pero se sintió un poco menos cansada que antes. Se volvió a servir pero esta vez lo dejó a un lado, acercándose la hamburguesa hacia sí. –Nunca me has dicho nada de ti. ¿Ivan es tu verdadero nombre?- Curioseó. Él era un fugitivo como ella, B. no confiaba del todo en él, ¿por qué él tendría que confiar en ella?
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Mensaje por Ivan I. Shatov Vie Ene 01, 2016 10:04 pm

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Taller mecánico | Con B | 22:00 hrs

Ivan nunca fue una persona sencilla. Tampoco es que se haya esforzado en serlo alguna vez, sabía que estaba fuera de sus posibilidades. Su infancia terminó en cuanto fue lo suficientemente mayor para acercarle cosas a su padre en el taller. A pesar de todos los problemas en casa, con la salud frágil de su madre y el carácter errático y volátil de su padre, el ambiente en casa solía ser siempre pesado y la escuela pronto fue su escape de la realidad que ahí vivía. Nunca fue un chico popular, esas cosas le parecen a él sacadas de una película norteamericana, los chicos en la escuela vivían situaciones similares a la suya. Vivir en una zona dedicada a la agricultura tiene eso. Lo que no quiere decir que no hubiera chicos que bromearan, pero Ivan los evitaba como si fuera alérgico a las risas tontas, al optimismo que a veces es gemelo de la negación. Tener sentido del humor definitivamente no era una de sus virtudes, y menos aún la paciencia con quienes sí lo poseen. Puede comprender la desconfianza de B hacia su persona, incluso cuando proteste por todo el tiempo que ha pasado portándose bien con ella, tolerando en la medida de sus posibilidades sus comentarios afilados que, por alguna razón, lo alteran fácilmente. En un principio pensó que quizás lo irritaba porque recordaba que fue por ella por quien fue a caer en el país en el que estaban, pero luego de reflexionar, llegó a la conclusión de que no es eso.

Suspira para sus adentros ante la honesta respuesta de B. No tiene idea de por qué le molesta tanto que no esté en casa. Le desconcierta que la espere. No tendría que hacerlo, bien podría vivir su vida o intentarlo, agradecer la ausencia de B para hacer sus propias cosas. No serían el primer ni el único matrimonio en crisis en ese pueblo si los rumores que se abren paso a la fuerza por sus oídos, tienen algo qué decir. ¿No sería más sospechoso que se llevaran bien? Sin embargo algo en su mente lo obliga a preocuparse al respecto, a quererla ahí con él por razones que superan las de su misión. Teme admitir que a veces se olvida un poco de ella, pero los meses han pasado en compañía de la pequeña mujer y, pese a los disgustos, el modo en que su padecimiento se dispara cuando la escucha decir cosas como las que dijo hace un rato; lo cierto es que le ha gustado la compañía de B y eso le preocupa inmensamente. Prefiere quedarse callado que darle la razón aunque supone que B interpreta su silencio de ese modo. — ¿Abuela abandonada? — repite, ofendido, pero no dice más. — Regresas conmigo porque ese fue el trato, Berenice. — le dice su nombre completo solo con el afán de molestar, pero al final niega. — No puedo prometer que no vendré a buscarte si se te hace tan de noche de nuevo. Si el problema es que yo esté en casa, solo dilo. — se encoje de hombros. Está seguro de que si se lo pide, el dueño de la carpintería le dejará quedarse en el taller el tiempo suficiente para solo volver a casa a dormir. En reconciliación le ayuda a limpiarse la comisura de los labios con una gentileza que parece extraña a sus manos. — No estamos casados de verdad, pero eso no implica que no me preocupes. — la corrige con seriedad, descansando sus ojos en los de ella mientras habla, para luego desviarla al suelo batido de grasa. No sabe cómo es que nadie se ha matado aún en ese taller sin aparentes medidas de seguridad.

Quiere decirle que él comió y cenó de acuerdo a sus horarios, pero entrevé la buena voluntad tras el gesto y por eso, aunque duda, toma la otra mitad. Le sorprenden sus palabras, por lo que levanta su vista del alimento para clavarla en ella. Baja la hamburguesa hasta que muñeca está recargada en la orilla de la mesa. — ¿Qué le dijiste? — no puede evitar preguntar, mientras la ve alejarse hasta la estantería, su mente trabaja para complacer su petición. Si sus facciones fuesen más expresivas, habría alzado las cejas en sorpresa por la botella de vodka que B extrae de la estantería. Niega cuando B le pregunta si quiere. Él no suele beber, si quiere mantenerse bajo control necesita cada gota de sensatez y buen juicio que el alcohol suele arrebatar con facilidad. — Nunca me habías preguntado. — es lo primero que dice y pausa un momento antes de asentir. — El tercero en mi familia. — le revela, es verdad, pero no le preocupa. Los de la inteligencia rusa han modificado cada pieza de información suya para que fuera más difícil rastrear su identidad, ocultarla llena de hechos verdaderos. La mentira forma redes de si misma, y entre menos redes, más sencillo es mantener la mentira principal. Se rasca la mejilla antes de dar un mordisco a la hamburguesa, el silencio realmente no es tan malo. Descansa la hamburguesa sobre la bolsa de papel y se limpia la boca aunque no es necesario — Aunque no tiene demasiado de que nos conocimos, sabíamos que las cosas iban a estar bien, ¿cierto? — la mira mientras narra, el fantasma de una sonrisa apenas en sus labios. — Nos casamos en una pequeña oficina del registro civil y el poco dinero que teníamos para la luna de miel lo usamos para salir de Rusia. Queríamos vivir en un lugar tranquilo, donde la nieve fuese ocasión de un par de meses y no de todo el año. Menos mal que lo conseguimos. ¿Ya lo recuerdas?
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Mensaje por B. Z. Alisdair Dom Ene 10, 2016 11:07 pm

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Taller mecánico | Con Ivan | 22:00 hrs

Mientras más miraba a Ivan, más preguntas se acumulaban en su cabeza. No sabía si confiar en él, porque su sentido común rehuía de las explicaciones constantes que Ivan le había dado desde el día en que se conocieron. B. se sacudió los dedos en la vieja blusa que usaba para trabajar, llena de manchas de grasa, de aceite viejo y de suciedad de los carros. Cuando estaba frente a Ivan, extrañamente podía ser ella misma. No tenía que arreglarse el cabello o ponerse chapas para sonreírle falsamente mientras su corazón se desgarraba. No necesitaba tampoco sacudirse la suciedad de las mejillas, ni tampoco debía fingir ser femenina o delicada. Era una simple mecánica, una simple mecánica inglesa, con un esposo ruso, frío y duro. ¿Cómo le hacía Ivan para transmitir esa frialdad sin que nadie sospechara de sus antiguos crímenes? Ella constantemente iba por la calle y se escondía tras una chamarra o tras una cortina de pelo, en espera que un dedo acusador la señalara y la juzgara por sus pecados. ¿Cómo Ivan podía dormir tranquilo sin esperar que alguien de la fuerza rusa llegara por su espalda y lo atacara? Aquella era la pesadilla constante que B. tenía cada noche, cuando huía de su habitación y deambulaba en su casa, esperando que aquella imagen borrosa de una puñalada por la espalda, se fuera con cada paso que daba, con cada latido inconstante que su pecho señalaba.

B. se sobresaltó cuando Ivan mencionó su nombre, su verdadero nombre. Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Alguna vez le había permitido decirle así? No estaba consciente de haberle platicado aquella vieja historia de por qué detestaba su nombre completo. Fausto había sido el único guardián de su secreto, además de su hermana mayor. Berenice. Se quedó boquiabierta, tomada desprevenida, hasta que recuperó el sentido. Aquello era una tontería, quizá Ivan lo había leído en algún lado, entre documentos y pasaportes, aunque aquello no lo lograba recordar con claridad la morena. Se encogió ligeramente de hombros ante las siguientes palabras de su supuesto marido, y le dio una mordida a la hamburguesa. Se embarró la cara de katsup y de mayonesa, pero antes de que Ivan pudiese reaccionar o hiciera otro acto heróico o caballeroso esa noche, B. se llevó la manga de su blusa mecánica al rostro y se quitó la suciedad de la cara. Se sintió ligeramente apenada por ello y se dedicò a ver la hamburguesa, que no hablaba, no podía regañarla ni juzgarla. Suspiró. -Yo no puedo obligarte a sacarte de una casa que también tú estás pagando. Deja de ser tan bueno, Ivan. Deja de ser tan bueno cuando yo soy una…-La palabra que quería completar se quedó atorada en su garganta. Desvió la mirada de la del ruso.-Soy una maldita ¿está bien? No deberías ni siquiera estarme trayendo la cena cuando te he preocupado de más.

Empezaba a tranquilizarse, aunque con Ivan nunca bajaba la guardia. Le dio otra mordida a su comida, sintiendo de repente el estómago se le revolvía. Dejó el alimento a un lado y apretó ligeramente los labios, mirando al ruso. -Ivan el Tercero ¿eh?-Una sonrisilla afloró en sus labios. -Bueno, mucho mejor que ser apodado “El Terrible”- La tensión del ambiente empezaba a disolverse, como todas las noches. Casi siempre B. disfrutaba de hacer enojar a Ivan, ella se ponía a la defensiva mientras el rubio despotricaba. La morena se salía con la suya y de nuevo reinaba la calma, hasta el día siguiente cuando la pequeña inglesa le lanzaba una caja de cereal a Ivan en la cabeza, o le quitaba el agua caliente mientras él se bañaba. -Quizá me daba miedo preguntar y que no me contestaras. Pensé que me gruñirías y me obligarías a ir a casa, a rastras si era necesario.-Bromeó agriamente, como era su costumbre. Las manos de B. inconscientemente empezaron a torcer un trapo grasoso que llevaba la chica en su bolsillo. No sabía si quería que el silencio entre ellos manara. Escuchó el crujir del papel de la hamburguesa de Ivan y luego volvió a retomar su voz.

No alzó la mirada, sin embargo. Se quedó mirando el trapo sucio que apretaba en sus manos igual sucias. Escuchaba tentada las palabras en la gruesa voz del rubio y sonreía con facilidad, como hacía tiempo no hacía, desde que Fausto le había robado las ganas de reír genuinamente. Sonreía al imaginarse una historia alternativa y feliz, en donde en realidad sí estuviese enamorada de Ivan Shatov. Sus deseos, cuando era infante, eran los de cualquiera niña que soñaba con princesas. Se imaginaba con un blanco vestido pompón, con las flores más hermosas de todo el campo, y con una sonrisa radiante, mientras caminaba al altar a pasos pausados, mientras veía a su galante futuro esposo. Pero cuando B. intentaba imaginar la boda con Ivan, todo era absolutamente diferente. Se miró el falso anillo que llevaba en su mano, lo que la gente veía y juzgaba, lo que todos pensaban que era la unión con el esposo que la esperaba en casa después de un pesado día en la carpintería. -Oh, sí, sí recuerdo.-Alzó la mirada y sonrió con cierta picardía, más divertida que otra cosa.-Aunque llevabas un traje azul marino espantoso, que por cierto te dije que no te compraras, te veías muy guapo ese día.-Intentó imaginarse a un Ivan incómodo entre galas.-Perdimos el primer avión hacia Estados Unidos y nos quedamos comiendo donas y compartiendo café esperando el siguiente vuelo, diez horas después. El mejor café de mi vida, pues no sabía que en los aeropuertos hubiese cafeína de tal calidad.- Se dio cuenta que estaba cortándose la circulación con el trapo y lo soltó, sobresaltada. -¿Extrañas Rusia?-Preguntó la morena con curiosidad, buscando algo en los ojos de Ivan. No sabía si encontraría nostalgia, o rabia.


Última edición por B. Z. Alisdair el Lun Ene 11, 2016 11:41 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Ivan I. Shatov Lun Ene 11, 2016 2:27 am

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Taller mecánico | Con B | 22:00 hrs
En su experiencia durante sus años en la milicia, se había percatado de esa fuerza que era el instinto de sobrevivencia. No todo el mundo lo poseía, parte de la libertad de ser humano –supone– está en poder revelarse incluso a lo más natural. En ese momento, entre los dos B era la única que parecía sentirlo, porque él estaba ahí contemplándola, y si sentía la cuerda apretarse contra su cuello, no lo demostró en ningún momento, prefiriendo ignorar cómo sus sentimientos amenazaban con traicionarlo. No sabe en qué momento exactamente, pero cada vez es más claro y es difícil seguir en negación, pero al menos B es completamente ciega al modo en que sus ojos han dejado de lado la mirada congelada por otra muy diferente. De qué forma exactamente es diferente, no lo sabe, pero si consigue mantener oculto el cambio es más bien gracias a B misma, por el modo que tiene de hacerlo enfurecer con gran facilidad. No podía decir que confiaba en ella, no podía hacerlo porque no sabía nada de ella, y sin embargo, no creía haber dormido tan bien como en la casa que compartían, incluso cuando tendría que haber estado más alerta. Su único modo de compensar su descuido durante las noches se centraba en su vigilancia mientras estaba despierto. Sabía que su preocupación terminaría por fastidiar a B, que siempre le recordaba que no estaban casados de verdad, y que ella era su propia persona. Los reproches sobre cómo su sobreprotección la asfixiaba eran cosa de casi todos los días, incluso en ese momento, cuando había dicho que se parecía a su padre. La diferencia estaba en que el padre de B quería protegerla, y él, incluso con el modo en que sus sentimientos se habían convertido en una marea impredecible que remecía su ser entero; parecía que había optado por el camino de destruirla. Al final los crímenes que B podría imaginar no eran gran cosa comparado a la traición que terminaría por cometer. Puede que B fuese una delincuente, pero ¿qué era él? Un policía que actuaba a traición por los intereses de su patria. La realidad es que él no era mucho mejor que ella.

No le pasó desapercibido el sobresalto que dio cuando pronunció su nombre, pero no supo descifrar si fue porque lo dijo o por la intensidad de su voz. Conocía su nombre por los reportes que le hicieron llegar, pero también recordaba haberlo visto en el pasaporte con el que lograron marcharse de Rusia. Verla comer lo distrae, le roba una pequeñísima sonrisa que probablemente es invisible para ella. Verla con los labios sucios casi lo impulsa a intentar limpiarlos de nuevo y frunce el ceño cuando la ve limpiarse con la manga de la blusa. No dijo nada, pero en su interior suspiró, porque B era incorregible y de algún modo que lo desconcertaba, también adorable. Le desconcertó que se llamara de esa forma y la miró con dureza sin poder evitarlo. — No te llames de esa manera. — la regañó sin poder evitarlo, con su fuerte acento ruso enronqueciendo su voz. — En mi país las cosas no son así. Una mujer no debe ser quien abandone la casa para que su marido se quede. — levantó la mano, anticipando el reproche de siempre. — Ya sé que no soy tu marido, pero eso no cambia nada. — su tono no admite negativas, aunque eso siempre pareciera ser una invitación para que B las haga. Mantiene para sí mismo el hecho de que en su país tampoco suele ser el hombre quien cocina, y mucho menos quien va al trabajo de su mujer para llevarle de comer.

Siente como deja de respirar un segundo ante la broma que ella hace y su rostro se ensombrece por un segundo antes de regresar a la expresión de calma e indiferente frialdad que usualmente porta, pero sus ojos siguen sombríos. — Ese es mi padre. — se limita a murmurar, una parte de él espera que ella no lo escuche. Apenas contiene el impulso de tocar con la yema de sus dedos la cicatriz cercana a su sien, el recuerdo a la vista del mundo que su padre le dejó de por vida. El temblor que había abandonado sus manos regresa tan solo por unos segundos, pero se da un segundo para respirar, parpadeando lentamente, regresando a la realidad sin que pareciera haberse alterado en ningún momento. Deja que su enojo se marche junto con la tensión del ambiente y el cambio se nota en sus hombros que se relajan de forma apenas visible. No puede evitar la sonrisa, ligera y torcida que adorna sus labios un momento. — Si no lo hice antes, es poco probable que lo haga ahora. — le responde antes de tener la boca medio llena de la hamburguesa apenas tibia.

Puede ver a B sonreír y algo en él se calma. Es una sensación tan extraña, la repentina quietud en su mente que se enfoca en disfrutar de la sonrisa, que casi podría asegurar que si sigue así, no tardará en sentirse adormilado. Negó ante el comentario, pero no pudo indignarse de que pusiera su sentido de la moda y el estilo entredicho. — Yo siempre me veo guapo. — regresó la broma con voz calmada. — Y tú lucías más resplandeciente que las estrellas. — sus ojos no la miraron, pensando que quizás había hablado de más. Asintió después, siguiendo el falso relato como si de verdad hubiera pasado, dejándose caer en el juego que era menos inocente y mucho más culpable de lo que se sentía. — El café, claro. Creo que era de algún rincón de Sudamérica. — dejó la hamburguesa a medio comer cerca de la de B y se sacudió las manos, tomando una servilleta de dentro la bolsa para limpiarse los dedos de grasa inexistente y luego la boca, que del mismo modo parecía estar completamente limpia. La pregunta le hace alzar la vista con algo de sorpresa. Nunca le había preguntado eso en todos los meses que llevaban en Norteamérica. Miró a otro lado y meditó al respecto. — A pesar de que no hay nadie esperándome allá, es mi hogar, mi patria. — responde con sinceridad porque una parte de él tenía ganas de decirlo. Opta por mirarla cuando decide añadir — Pero no me arrepiento de haber venido contigo. Aunque decidieras venir a Norteamérica de todos los lugares del mundo. — y también es cierto, su afirmación y lo que parece un reproche. Es tal su honestidad que una sensación extraña que falla en descifrar como miedo, lo remueve todo en su mente de nuevo. Es cierto que no se arrepiente, de lo que seguramente se arrepentirá es de lo que pasará antes de que pueda volver a su querida Rusia.
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Mensaje por B. Z. Alisdair Lun Ene 18, 2016 9:54 pm

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Taller mecánico | Con Ivan | 22:00 hrs

Podía pasar un año y B. no se daría cuenta de lo mucho que empezaba a apreciar al ruso. Lo estaba subestimando. Sus ojos cafés recorrieron con cuidado el rostro de Ivan mientras las palabras dulces salían de sus labios. Hacía tiempo que no escuchaba un comentario con ese tono duro, ronco y apesadumbrado que tenía particularmente Ivan para regañarla, porque además abundaba cierta ternura que B. no lograba descifrar del todo. Sonrió a penas con levedad, pues ella se consideraba aún la villana, y por lo cual, no merecía tanto cuidado y cariño por parte de quien se suponía era su esposo. –Es sorprendente cómo después de todo este tiempo puedas tenerme paciencia. –Se encogió de hombros y recargó sus codos sobre la mesa. Los nudillos los tenía blancos y mallugados por el trapo que estaba apretando anteriormente, además que su apariencia siempre era dura y callosa por su trabajo. No era una dama, no era una mujer que se preocupara demasiado por su apariencia, pues después de Fausto, no planeaba llamar la atención de ningún hombre. Defendía su corazón a base de palabras duras, ironía cruda y actitud tosca y grosera. A veces notaba el cariño que podía profesarle Ivan, que más allá del caparazón de ruso caradura, tenía un alma tierna y cálida, pero B. no podía prometerle ningún romance, ninguna caricia más allá del roce de sus manos cuando sin querer se tocaban en la cocina para pasarse la sal. B. estaba seca, herida, y cegada por la traición y el dolor que había sufrido en Rusia. Por ello su forma de responder a los cuidados de Ivan había sido brusca y ciertamente desagradecida. Se sonrojó ante las palabras del ruso, más bien apenada que sorprendida.

B. envolvió entonces los restos de la hamburguesa en el papel, y metió la basura en la bolsa donde aún quedaban papas fritas, frías y duras. La mecánica sacó una de estas y se la comió de un bocado, sintiendo el crujir en su boca. Miró de vuelta a Ivan y apretó un poco los labios.- ¿Era tan horrible?- Ella no podía decir que su familia era normal. Su padre siempre la había tratado como muñeca de porcelana, su madre había muerto cuando ella tenía diez años. Su hermana era la más cercana a B., a la que podía considerar además como amiga y semejante, mientras que su hermanastro Matt, se aprovechaba de las hermanas, atemorizándolas legalmente. Sintió un malestar en el estómago y se abrazó a sí misma. ¿Cuánto le ocultaba ella a Ivan y cuánto él a ella? A pesar de la poca confianza que se tenían, le sorprendió que Ivan respondiera así a su pregunta. En algún momento había considerado molestarlo con la idea de un ruso en Norteamérica, además que los Alisdair vivían en Storybrooke hacía tiempo antes que ella saliera de la cárcel. –No sé qué hice para merecerme un esposo tan bueno.- Sus palabras sonaban irónicas, pero estaban cargadas de un verdadero agradecimiento hacia el ruso. No podría estar viviendo sola, como prácticamente lo hacía, sin estar pensando constantemente en sus errores, en su pasado y en sus terrores nocturnos. Ivan la estaba salvando de mucho de ello, pero ella nunca lo confesaría en voz alta. La morena saltó de su asiento, aterrizando con un sonido sordo de sus pies sobre el asfalto resbaladizo, y suspiró, para después carraspear y romper aquél extraño ambiente que se había creado.- Deberíamos irnos de aquí. Es tarde, y el olor a la grasa automotriz empieza a darme dolor de cabeza.- Tomó la bolsita de comida, retirando también la envoltura vacía de Ivan y lo tiró todo en el dispensador cercano a la puerta.

Se quitó entonces el overol manchado y se quedó con su ropa común, con unas botas toscas para su tamaño pequeño, su blusa de manga larga y sus jeans rotos. –Pero aún no quiero ir a casa.- Le confesó al ruso. En cuanto llegaran a lo que ellos llamaban hogar, B. se encerraría en su habitación y probablemente Ivan iría a su estudio. Esa noche podría venirle bien algo de compañía. Abrió la ruidosa puerta de entrada, a rastras y sacó las llaves del bolsillo trasero de sus jeans. –Vamos, después de usted, señorita.- Bromeó. Dejó que Ivan saliera para apagar las luces, arrastrar la puerta hasta cerrarla y poner las cinco llaves necesarias para asegurar el taller. La inglesa se guardó las llaves de vuelta en los jeans y de paso se soltó el cabello, sintiendo una agradable calidez en el cuello ante el frío de la noche. -¿Nos vamos?- Pasó junto a Ivan y a sorpresa de sí misma, le ofreció su mano diestra al alto ruso. No solían tomarse de las manos más allá de aparentar en el supermercado de que eran una feliz pareja en un domingo casual, sin embargo B. tenía una extraña necesidad de sentir el calor de la mano callosa de carpintero del rubio, sobre la suya. No esperó a que él reaccionara y le robó su mano, enredando sus pequeños dedos en la enorme mano de él, que probablemente le doblaba el tamaño. Miró casualmente a sus alrededores; la luna era su única luz, la calle estaba muerta, al igual que todo establecimiento de Storybrooke.- Vaya panda de flojos. Es jueves, ¿por qué cierran todo tan temprano?- Bufó. Empezó a caminar, jalando con su mano a Ivan para que le siguiera el paso.

En un principio no dijo palabra. Estaba demasiado concentrada en no tropezar con sus propios pasos mientras intentaba ignorar lo agradable que le resultaba tomar la mano de su supuesto esposo. Por un momento se atrevía a pensar que nada de lo de Rusia había pasado. Ella había conocido a Ivan en vez de a Fausto y su corazón podía dar brinquitos de felicidad con el solo tacto del ruso. Claro, cuando intentaba buscar ese latido resplandeciente en sus emociones secas, yacía derrotada y bufaba, bufaba de puro orgullo y enojo. Caminaron por las calles desiertas y frías de Storybrooke y de repente la pequeña morena se detuvo. Se apartó el cabello de la cara mientras se soltaba de la mano de Ivan y corría hacia un escaparate de una tienda cerrada. Nunca había sido una ávida lectora, desde niña prefería vivir lo que su imaginación le dictara por sí sola.  Sin embargo un libro en especial había llamado su atención y no había podido evitar sonreír cual cría al verlo, como si fuera un viejo amigo que no veía desde hace mucho tiempo. –Wow, no recordaba lo creepy que resultaba recordar a mis padres.- Soltó una risilla divertida. Miró a Ivan, que seguramente debería de estarla viendo con extrañeza genuina. –Hace rato me llamaste Berenice. –Frunció levemente el ceño.- En realidad no recuerdo habértelo dicho… pero bueno.- Señaló el libro de Edgar Allan Poe que estaba frente a ella, con su portada oscura y dura.- Mis padres eran fanáticos de Poe. ¡“Nunca más“!-Soltó a pleno grito, de la nada, dando un ligero salto frente a Ivan, para luego romper a carcajadas.- Mi hermana se llama Raven, originales mis padres. Y por si fuese poco, me pusieron Berenice en honor a una mujer a la que le sacaron los dientes mientras seguía viva.- Arqueó ambas cejas, esperando alguna reacción por parte del ruso.- Seguro les gustan esas historias a los rudos rusos ¿no?- Bromeó, picando un poco a la personalidad agresiva de Ivan, pero imprimió un poco de ternura en su voz.
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Mensaje por Ivan I. Shatov Lun Feb 01, 2016 3:45 am

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Taller mecánico | Con B | 22:00 hrs
Él también había sido participe del vacío. No podía decir que entendía lo que le había pasado a B, no era tan inocente ni tan tonto como para siquiera pensar que podía hacerlo. No, pero comprendía lo que era perder la esperanza, tener la necesidad apremiante de esconderse en sí mismo y de llevar una vida que no lo era porque a veces la única costumbre que sobrevive a los cambios más terribles es la de respirar. Había evitado a toda costa pensarlo, había temido comenzar a empatizar con ella, porque no debería percibirla como lo que es, como un ser humano que ha sufrido, como la mujer fuerte que es. Le gustan las mujeres fuertes, era inevitable que de pronto los gestos suaves sustituyeran la frialdad de quien sólo quiere mantener las apariencias. Sin saberlo, B había pateado todas las puertas, roto todas las ventanas. La mención de su padre había sido en ese instante casi tan mortal como el golpe que él le diera cuando tan sólo era un muchacho, ese era el poder de la voz que salía de los labios que últimamente lo obsesionaban sin su permiso. Era bueno que B ni siquiera lo imaginara, que no supiera el modo en que sus ojos a veces los acariciaban a lo lejos mientras ella hablaba. Él no quería a una dama, no quería a nadie. En su corazón sólo había lugar para su patria, pero entonces ella lo invadió, con sus labios carentes del brillo y color de un lápiz labial, con las manos y toda la ropa llena de grasa, maldiciendo sin razón aparente, bebiendo de la boca de la botella cuantos tragos de vodka se le antojaran. Estaba arruinado, y eso ya ni siquiera era noticia.

Su mirada se endurece por instinto cuando escucha la pregunta sobre su padre y la desvía, indispuesto para responder eso en particular, razón por la cual prefiere ignorarla. ¿Qué va a decirle? “Sí, me golpeó en la cabeza y estuve semanas en coma antes de ir a parar al orfanato” No quería que ella supiera, no está seguro de por qué, si acaso es porque a pesar de los años un pequeñísimo lugar en alguna parte olvidada de su corazón aún dolía al recordar, si era vergüenza, si era otra cosa como el que ella pudiese lamentar que el golpe no hubiese dado justo en el lugar exacto para que se le hubiera triturado el cráneo. Si bien está casi seguro de que B no lo detesta, no quiere que su confesión sea como entregarle un arma cargada. Se encogió de hombros ante lo que parecía ironía respecto a su presencia en Norteamérica y decidió ignorar eso también. Se irguió en cuanto la vio saltar, pensando que seguro se resbalaría, pero se le olvida que ella está acostumbrada a ese suelo resbaladizo de grasa. Asiente a lo que dice, mejor que se vayan, a él tampoco le agrada mucho el olor a la aceite. La esperó, manos dentro de los bolsillos del pantalón. Estaba haciendo frio afuera, pero tanto él como ella estaban acostumbrados a peores temperaturas. La confesión lo sorprende y eleva las cejas con cierta sorpresa que no es tanta porque B no parece nunca querer ir a casa. Un gruñido grave, que casi parece de un perro, se le escapa cuando le llama señorita. — Muchas gracias, amable caballero. —se burla entonces y espera a que B termine de apagar las luces y apagar las puertas. El índice de criminalidad en Storybrooke no es particularmente alto, ni los criminales tan peligrosos a juzgar por el mocoso que antes había intentado robarle.

Lo que debe ser la mayor sorpresa de la noche se presenta en ese instante y se tarda en reaccionar ante la mano que le es ofrecida, pensando que quizás lo que intenta es otra cosa, pero no es así. Se queda pasmado a pesar de todo su entrenamiento militar y su habilidad de mantener la cabeza fría sin importar que tan tensa o terrible sea la situación. Si no hubiese sido B quien se tomara la libertad de tomar su mano él posiblemente no lo habría hecho nunca. Por instinto sus dedos se cierran entorno a la mano mucho más pequeña. — Son americanos. — apunta cuando B se queja de la pereza de la gente del pueblo y la sonrisa en su rostro es satisfecha, como si sintiera el apoyo de todos sus compatriotas. No tiene tiempo de celebrarse mentalmente porque B lo jala y él lo sigue, sus pasos largos de algún modo acomodan bien los pasos de B. Su mano quiere perseguir la de ella cuando se suelta, pero lo único que hace es quedarse colgando a su costado como si le hubieran arrebatado toda vida. Se acerca aunque permanece un par de pasos atrás. Sus ojos se fijan en la sonrisa que florece en los labios de B, hipnotizado porque nunca la había visto así. — ¿Cómo? — pregunta confuso y escucha. Siente como si oleadas del frío más crudo de Siberia le recorrieran el cuerpo ante el error que había cometido, pero su exterior no muestra ninguna clase de cambio. — Tenía que conocer el nombre de mi esposa. — le responde con gesto ligeramente altivo. — Estaba en tus papeles. — ella no pidió explicación, pero igualmente se la da mientras le da un vistazo al interior de la tienda, fijándose en el libro que llamó la atención de ella. El grito no lo sobresalta, pero le extraña. La ve aterrizar frente a él luego del pequeño salto y las carcajadas lo hacen sonreír inevitablemente. Es una sonrisa ligera, pero sus ojos están ligeramente entrecerrados.

Sus padres de verdad habían sido raros, pero no dijo nada al respecto. — Nunca he leído a ese autor, pero debe ser norteamericano. Los norteamericanos están locos — De haberlo leído quizás habría sentido las manos heladas de su conciencia apretarle la garganta porque él bien podría haber sido el narrador de esa historia. Va a traicionarla, va a arrancarle los ojos, a sumergirla de nuevo en el vacío del que ni siquiera ha terminado de salir. — ¿Es por eso que no quieres que te llamen Berenice? — pregunta entonces y se encoge de hombros. — Aburridas más bien, ese tipo de historias las dejamos para las nanas de los niños. — comenta y lo dice en serio, con un cierto tono de soberbia en respuesta a su broma, captando el dejo de ternura y tratando de grabarlo en su mente. — Prefiero a Dostoyevsky. — era de los pocos autores que leyó durante su educación. En la milicia el tiempo era reducido y no había podido leer tanto, pero en los últimos meses había podido leer algo más. — ¿Cuál es la siguiente parada? — pregunta finalmente. Mira el lugar en donde están y se pregunta si no seguirá por ahí el muchacho que quiso robarle. — Quizás deberíamos ir por esas otras calles. — las señala con un ligero gesto y comienza a caminar para no darle opción a negarse.
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Mensaje por B. Z. Alisdair Dom Abr 10, 2016 1:07 pm

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Taller mecánico | Con Ivan | 22:00 hrs

Toda persona se esconde detrás de un millar de máscaras. B no era la excepción. Cuando su madre murió, se dio cuenta que no podía llorar sin que la gente se apenara por ella. “Pobre niña“, decían, pero B se quitaba las lágrimas de los ojos, más con rabia que con vergüenza. Cuando su padre la despreció junto a su hermana, aprendió a que cumplir expectativas ajenas solo era una pérdida de tiempo, y esto mismo le pasó con su hermanastro. Y cuando conoció a Fausto, la barrera más alta y fuerte se levantó como la Muralla China en su moreno rostro. Había aprendido a que la ingenuidad y la esperanza no le llevaban a nada bueno; había aprendido a endurecer su corazón y a demostrar a vientos y mares que nada, ni nadie, la iban a volver a lastimar.
Ivan no era la excepción, sin embargo a B a veces le costaba trabajo aparentar totalmente frente a él. Sabía que Ivan tenía un lado oscuro, que cuando se alteraba, sus manos temblaban y se apretaban en puños, que si lo provocabas, podía romper a un hombre a golpes; de eso, aunque B no lo hubiese visto, estaba segura. Pero cuando Ivan estaba feliz, tranquilo y cuando lograba dibujar una sonrisa en su pétreo rostro, B podía predecir su ternura naciente y su buen corazón. “Pobre, pobre ruso“. Indómita cual era, no quiso sostenerle la mirada a Ivan por mucho tiempo. Las miradas debilitaban, y ella debía mantenerse fiel a sus promesas y creencias.
 
-¿Qué te pasa? Poe fue un gran escritor…aunque no negaré que estaba loco.- Borró su sonrisa, entrecerrando los ojos, sin embargo al instante volvió a sonreír con diversión, sin pretender turbar a su compañero. –No dejo que me llamen Berenice porque hace muchos años, una bruja de circo tiró una maldición sobre mi nombre.-Inventó. Se volvió a retirar el pelo de la cara sucia y se acercó a Ivan, poniéndose de puntitas y tomando el hombro del rubio como soporte a penas para alcanzar su oído para susurrarle:-Si dices mi nombre una vez más, caerá sobre ti el peor de los castigos.- Se separó de él, sintiéndose menor de lo que era y se volvió hacia la calle oscura, en donde los faroles a penas alumbraban o estaban fundidos. –Dosto…claro, a él no lo he leído. Pero mi hermana dijo que tenía un libro que se llama Crimen y Castigo ¿no?-No estaba segura siquiera si era aquél el autor que Raven había mencionado alguna vez. B no era niña de letras, pues era demasiado inquieta para intentar sostener un libro en sus manos más allá de cinco minutos. Alzó ambas cejas y se volvió hacia él.- Dime Ivan, ¿qué crimen has cometido para calibrar el nivel de tu castigo?- El hombre empezó a andar en la dirección que parecía más segura, allá donde siempre tomaba ella el camino hacia su casa. Conocía el recorrido de pe a pa, y en realidad no guardaba especial entusiasmo por ser repetitiva.
 
Algo dentro de ella le incitaba a correr riesgos, como en sus sueños, en donde ella abordaba un barco pirata, con un cuchillo entre los dientes, mirando con suspicacia al capitán que tenía un aterrador garfio como mano. B trotó para alcanzar las largas zancadas que Ivan daba y cuando llegó a su lado, volvió a tomar su mano, usando toda su fuerza para detenerlo. -¿Por qué por allí?- Lo miró con una expresión reprobatoria.- Venga, eres un ruso prófugo y yo una inglesa recién salida de la cárcel; los criminales deberían temernos, los niños deberían soñar pesadillas con nosotros, y llorar con solo imaginarnos. ¿En serio te da miedo una calle oscura? –Jaló de él hacia los callejones oscuros y sospechosos. Al sentir resistencia, soltó la mano de Ivan y se cruzó de brazos, intentando así protegerse de lo que ella misma había dicho.- Yo iré en esa dirección. Si tú quieres seguir por la otra en donde las hadas iluminan tu camino, adelante, yo iré por allá.- Se cargó todo el orgullo y siguió sin saber si Ivan estaba detrás de ella.
 
No escuchó al principio sus pisadas, estaba demasiado ensimismada en sí misma para prestar atención. Ya no había luces, no sabía bien hacia dónde iba y empezaba a refrescar más por el pasar de la noche…o madrugada. B se abrazó a sí misma por una ráfaga que le dio escalofríos, pero siguió adelante, con paso que pretendía ser firme. Empezaba a llenarse poco a poco de inseguridad, porque quizá Ivan tenía razón, pero no pensaba darle la satisfacción para que le recordara la insensatez con la que ella actuaba. Se detuvo al escuchar algo proveniente de lo que parecía ser un callejón. ¿La habían llamado? Quizá no por nombre, pero sí a su presencia. Se quedó estática, dubitativa. -¿Ivan?- Lo llamó. Quizá el grandullón estaba escondido para acosarla con aquella sobre protección que lo caracterizaba o si tenía algo de sentido de humor en su férrea coraza rusa, le jugaría una broma. Pero no vio a Ivan en la oscuridad. Frunció el ceño, dispuesta a seguir adelante, sintiendo que le pisaban los talones. B aceleró el paso.

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Perfume garden (priv. B) Empty Re: Perfume garden (priv. B)

Mensaje por Ivan I. Shatov Vie Mayo 27, 2016 8:34 pm

Perfume garden
Taller mecánico | Con B | 22:00 hrs
Ladea ligeramente el rostro por la historia que inventa y la observa con atención cuando se aparta el cabello del rostro antes de acercarse a él. No se inclina, dejando que B luche por alcanzar su oído mientras él atesora lo cálido de su cuerpo, más cercano al suyo de lo que jamás había estado antes. Está haciendo trampa, pero ella también cuando decide usar esa voz contra su oído y hace que él reaccione cuando no debería, un estremecimiento casi imperceptible que probablemente ella logra percibir. Es un error. Ninguna mujer debería saber cuando tiene a un hombre entre sus dedos, recuerda que su padre solía decirle eso en medio de sus sinsentidos provocados por el alcohol, y ahora encuentra algo de verdad en sus palabras — Las maldiciones también deberían existir para romperse. — murmura y supone que ella puede escucharlo. Se siente tonto por caer en el juego, pero la sonrisa en su rostro lo merece. Asiente con descuido a su pregunta, desconcertado por la que sigue, pero centrándose en el peligro que posiblemente acecha por el camino que B se empeña en transitar.

Existir. — su respuesta es breve y honesta, no quiere elaborar porque responder con sinceridad algo como lo que ha dicho es suficientemente penoso, aunque la distancia entre ambos ayuda cuando le lleva de ventaja un par de largas zancadas. El pequeño tirón en su mano le llama la atención y se detiene para mirarla. Su ceño se frunce profundamente, exasperado tanto como preocupado. No se mueve cuando ella tira de él. — ¿Por qué habrían de tener pesadillas los niños por lo que has hecho? —pregunta antes de poder detenerse y analizar. Suspira por sus palabras, apretando el puente de su nariz un momento.

B tenía que ser la mujer más necia en haber pisado la tierra. Tenía problemas imaginando a alguien que fuese más dada a hacer lo que se le antojaba en cada situación. Era como si llevarle la contra fuese lo más satisfactorio de su día y esa fuera la razón que la motivaba a hacerlo constantemente. Lo cierto es que todo sería más sencillo si no fuera tan débil cuando se trataba de ella. Si no le importara si algo terrible le pasara resultado de su necedad, pero la realidad es que le importa. Es la primera vez que siente ese instinto de querer proteger a alguien con el fervor con el que desea protegerla a ella. Está loco, no es que alguna vez lo hubiese dudado, pero B despierta en él una locura mucho más peligrosa. No va a salir intacto de esta misión, no cuando una parte de él dicta que debe cumplir con su deber y la otra lo insta a dejarse vencer por las sensaciones que ella le provoca. Había sido entrenado para ser una máquina, pero ella lo había transformado todo. Ella lo había reformado, pero dudaba que él pudiera tener el mismo tipo de poder. Él no era de los que toman algo para transformarlo, toda su vida fue de los que tomaban algo para usarlo como arma. Todo en sus manos con el propósito de vencer al enemigo que el gobierno declaraba como tal. Teme el momento en que pueda tomarla en sus manos con el único fin de que ella se destruya a sí misma, su sangre en sus manos.

Sus pasos son silenciosos mientras la siguen. Puede que ella se acerque a la boca del lobo por su necedad, pero eso no quiere decir que vaya a hacerlo sola. La ve a un par de metros de distancia, sumergido en las sombras. Puede percibir el temblor que sacude su cuerpo por el frío y una de sus manos ya está buscando el cierre de la ligera chamarra que lo cobija. Él también escucha el ruido del callejón y cuando una sombra se cierne sobre B sus zancadas se alargan impulsadas por un temor súbito que no tiene nada que ver con el hecho de que su misión peligra. — ¡Corre! — le grita cuando su mano se cierra entorno al collar de la camisa del desconocido y tira de la prenda hasta que es él quien se interpone entre ambos. Siente la sangre helada porque algo en su cabeza le asegura que no va a hacerle caso.
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