The Price of Magic
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Mensaje por Connie Foster Dom Ene 03, 2016 9:54 pm

Eternos.
En el bosque perdido, encantado, tenebroso, con Isaac; 6.00 PM.

FLASHBACK.

Las cosas no estaban mejorando en absoluto, la marca rojiza de unos dedos estampados en su mejilla eran la prueba de aquellos pensamientos. Conforme Connie avanzaba por los pasillos de la Universidad, con un frío calándole los huesos y el cabello húmedo por la lluvia, se preguntaba si las cosas realmente estaban funcionando. Su madre jamás le había pegado —o, al menos, no recordaba que lo hubiese hecho alguna vez—, ¿qué había de diferente en aquella ocasión que la llevó a hacer aquello? Ella no lo sabía. Su padre tampoco lo sabía. Nadie lo sabía. Y ella necesitaba que alguien se lo explicara porque la incertidumbre sobre ello estaba matándola. La razón de la discusión de aquella mañana había sido sorprendente. No, en serio, lo era. No porque fuera... razonable, sino porque sólo fue una excusa para liberar la tensión que llevaba acumulándose entre ella desde hacía semanas. No entendía porque su madre estaba de ese modo, siempre tan a la defensiva y molesta con ella, Constance no le había dado razón alguna. Desde hacía unos meses su madre siempre estaba regañándola por cualquier cosa. Lava los trastes, tiende la cama, Connie eres una floja, ayúdame en la casa, ¡Estudia, es tu única obligación!, ni siquiera puedes hacer tus propias obligaciones. Siempre eran las mismas razones. Pero su madre no veía que ella realmente se esforzaba. Siempre estaba decepcionada. Y las cosas empeoraron cuando cambió su carrera por Lingüística.

Sólo fue una excusa más para peleas.

Una razón más para que ella huyera.

La dinámica funcionó hasta ese día, cuando la golpeó. Y Connie le juró y se juró que aquello no sucedería nuevamente. Así que tomó su iPod con el millar de canciones guardadas, metió la computadora y los libros a la mochila y salió corriendo del lugar, sin importarle sus gritos. Así que ahí estaba ella, olvidando sus penas en canciones, cuando a lo lejos, casi terminando el pasillo, la figura de un muchacho apareció frente a ella, sentando sobre el frío piso y enfocado en sus propias cosas. Ella notó que a su alrededor no había nadie y que, de hecho, todas las clases estaban iniciando. Nadie podía estar solo. Nadie debería estar solo, ¿o no?—¡Hola! Uh... Ehm... ¿todo bien?

Corría lo más rápido que sus delgaduchas piernas el permitían, jadeando a diestra y siniestra y casi perdiendo el conocimiento cuando el oxígeno le hizo falta en la vuelta de la esquina. Era una visión que a cualquier habitante de Storybrooke le podría parecer graciosa. Una chica, con el cabello alborotado, la mejillas rojas y los ojos desorbitados corriendo desde quién sabe donde, directo a la carnicería, gritando algo ininteligible que parecía como un "islaaaaaaam". Empujó la puerta con tanta fuerza y la campanilla sonó al momento en que éstas chocaron. Connie sólo se tomó unos segundos para recuperarse del ejercicio inusual al que ella misma se había sometido. Tocó seis veces sobre el mostrador y cuando la figura de uno de los empleados de ahí al recibió, le soltó con muchísima frustración que necesitaba ver a Isaac en ese mismísimo momento o moriría. Después se disculparía con el muchacho, porque ella podía jurar que casi le causa un ataque de pánico tras verla de esa manera. Dos minutos después Isaac la recibió luciendo bastante perplejo ante la visión que estaba ofreciéndole y sin preámbulo, Connie le soltó todo su discurso planeado desde que una nota apareció en uno de los libros de la biblioteca sobre la misión que llevaban trabajando desde hacía un mes—Heencontradolapistadirectaalcalderodeorotraselfindelarcoiris y— respiración —,debesacompañarme —jadeó.
Connie Foster
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[I. priv] — Eternos. Empty Re: [I. priv] — Eternos.

Mensaje por Isaac Bradsley Vie Ene 08, 2016 2:52 pm

Eternos.
Bosque | Connie | 6.00 PM.

No existían nada más que días ordinarios en Storybrooke.
Predecibles, monótonos; en el momento en que los ojos oscuros del muchacho se abrían cada mañana, tenía la capacidad de llevar a cabo una acertada aproximación sobre los eventos que iban a acontecer aquél día. Desayunar, salir del cómodo hogar para ir a trabajar y realizar el mismo recorrido, con las mismas caras y los mismos puestos comerciales recibiéndolo con los primeros rayos del sol asomándose, jugando entre las hebras de su cabello color arena. Llegar al trabajo, y permanecer allí hasta que aquél cálido, fantástico sol decidiera esconderse detrás de las nubes y darle paso a su cara opuesta, al astro divino de la noche que le recibiría en cuanto se atreviese a poner un pie fuera de la carnicería.
Y regresar a casa, con el hedor a carne cruda instalado dentro de su sistema, los pies cansados y el alma gritando por un cambio. Permanecería despierto en la noche, leyendo o encontrando un show en la red que pudiera abstraerlo de la realidad hasta conciliar el sueño. Y así comenzaría, nuevamente, este círculo, esa rueda infernal que disfrutaba crispando sus nervios y poniendo a prueba su ansiedad.
Para Isaac, las cosas tampoco estaban mejorando en absoluto. Luego de haber dejado su hogar para expandir sus horizontes y desafiar sus propios límites, se encontró a sí mismo tan atrapado como antes, y la decepción de su propia conformidad estaba amenazando con terminar con su salud mental.
Lo curioso sobre ese ese pueblo, sin embargo, era que resultaba ser un sitio sorprendentemente ordinario en donde, por ironías del destino, vivía únicamente gente extraordinaria.
Y a veces Isaac se daba el lujo de olvidar aquello, hundido en su propio pozo de autocompasión. A veces olvidaba la capacidad de los ocurrentes humanos de ese pueblo para sorprenderlo y lograr hacerlo sonreír genuinamente, tal y como aquella tarde.
El reloj cruel le aseguraba que aún le quedaban tres horas más de trabajo antes de darse el lujo de regresar a ser un individuo, y estaba a la mitad de su tajante y emocionalmente distante tarea diaria, que consistía en el fino arte de enterrar una filosa hoja dentro de la roja carne de un animal muerto. El joven simplemente hacía su mejor esfuerzo por no pensar demasiado en ello, evadir los detalles y hacer lo que los demás le indicaban. Al fin y al cabo, no quería perder aquél puesto, el salario no era malo y, sorprendentemente, era bueno en eso. Al menos lo suficiente como para no ser despedido. Aquello era más que suficiente para una persona como Isaac, que se desvivía por aprobación constantemente.
En medio de aquél día tan normal y típico, fue cuando las personas extraordinarias decidieron recordarle su existencia. La campanilla de entrada resonó con violencia al ser azotada por algo que, al principio, creyó ser nada más que el viento. No obstante, cuando el viento se vistió de una menuda y aerodinámica fémina que gritaba su nombre como un cántico sagrado, no le fue complicado reconocer a Connie. Un par de cejas rubias se alzaron y sus ojos se abrieron con sorpresa, ya que esa no era la primera vez que había tenido visitas en el trabajo, pero jamás la había visto tan… ¿Agitada?
-¡H-hey, hola! ¿Te encuentras bien? ¿Quieres que te traiga algo de ag…?- su voz fue aplacada por el torrente de palabras que salió de los finos labios de Connie de una forma tan fugaz que por un momento se cuestionó si realmente el resto del mundo podría comprenderla tan bien, o si Isaac habría adquirido una especie de simbólica esfera de traducción en su cerebro debido a todo el tiempo que pasaban juntos.
-Escucha, Connie, estoy trabajando. Todavía me quedan algunas horas y, aunque quisiera, no puedo hacer nada…- Isaac rogaba silenciosamente a todas las deidades que conocía que le permitieran a su amiga comprender el significado oculto tras sus palabras. Los ojos café del aventurero se detuvieron en una cuchilla olvidada en el mostrador, y él se encargó de lo demás. Sus manos rápidas y hábiles pronto encontraron lo que buscaba…salsa de tomate. Sí, podía parecer vulgar o un truco reutilizado en extremo, pero su mente trabajaba a toda velocidad para sacarlos de allí lo más rápido posible y aquella era la única opción que se le ocurría. En un movimiento fugaz, derramó un poco de la salsa en el antebrazo de Connie y los gritos de la actriz pronto se hicieron oír por cada rincón de la pequeña carnicería y probablemente en los comercios aledaños.

-¡¿Pero qué haces?! ¡¿Por qué tocas los cuchillos, estás loca?! ¡Tengo que llevarla al hospital! –cubrió la falsa herida con un trapo y, apenas tuvo la confirmación de sus jefes (vociferados en gritos de terror por la salud de Connie) ambos salieron del lugar y, un par de calles después, sus gritos se convirtieron en risas histéricas de victoria.
-¡Eso fue una locura! Más vale que tu pista valga la pena…


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Isaac Bradsley
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