Crash — Priv. FB.

Él estaba bien ¿verdad? Porque el cambio siempre era bueno ¿No? Pues no tenía la más remota idea. Todo estaba fresco en su mente, desde la forma en como su madre le miraba, hasta verla allí tendida en el suelo sin el brillo característico que ella tenía. Ella lo quiso así, se dijo, siempre hablaba de cuanto quería volver a ver a su hijo, y sin embargo, se olvidaba de que tenía a uno más del cual cuidar, uno que, pese a querer ser responsable de sí mismo, no podía. Uno que necesitaba de su madre más que cualquier otra cosa, y uno que estaba sufriendo en silencio por la pérdida de alguien que no conoció, alguien que no tenía. Era noviembre, por lo que la brisa en aquel lugar era ligeramente diferente, pero igual de fría que en Nashville. Extrañaba la ciudad. Extrañaba el ruido de su ciudad, el encontrar cualquier cosa, subirse a un autobús, extrañaba a su mejor amigo, extrañaba irse de fiesta, pero sobretodo, se sentía extremadamente expuesto allí afuera, como si en cualquier momento le fuesen a atrapar. Como si, en cualquier momento le señalasen como si no llevase los pantalones o se hubiese olvidado de cargar con la camisa.

Un golpe en su hombro llamó su atención, y aun así el hizo su mejor intento por ignorar el toque. Siguió caminando hasta que dio con el parque. Probablemente tendría que empezar a salir así a la ciudad si esperaba quedarse más que unos cuantos días. Le gustaba el pueblo, era tranquilo y en buena parte, silencioso, al menos de eso estaba seguro. Seguía caminando como si sus problemas fuesen a ser resueltos en cualquier momento por una suave brisa, hasta que un golpe llamó su atención y un: ¡Deténganlo! Captó su atención. Ni siquiera supo quién gritaba, solo sabía que sus piernas reaccionaron incluso antes de que él supiera lo que estaba haciendo.

Como si lo hubiese hecho todo el tiempo, Garrick echó a correr detrás de aquel chico sin estar seguro de qué hacer. Su corazón se aceleró en su pecho, bombeando con tanta fuerza como podía, animándolo, la adrenalina reproduciéndose, los pasos acercándolo, hasta que sin fijarse embistió contra la espalda del hombre y quedaron ambos en el suelo, sumándose un tercero tan pronto como logró quitarle el bolso de las manos. A su lado, unas zapatillas captaron su atención y entonces él simplemente sacudió la cabeza, no sin antes levantarse para sacarse el polvo y mirar a la dueña de tales zapatillas. Cabello negro y ojos azul zafiro le devolvían la mirada, y no solo eso, eran enormes, enmarcados por largas pestañas, las más largas que había visto alguna vez. Su cabello era una mezcla entre liso y rizado. Una mezcla perfecta, a su parecer, y luego estaba esa tonalidad blanca como la nieve que tenía. Parpadeó varias veces, mirándola como si no se lo creyese antes de tenderle el bolso — ¿Es tuyo? — Preguntó, ahora mismo había dejado de importarle el ladrón.

Era feliz porque era sábado. Los sábados siempre era feliz. ¿Por qué? Porque no había clase. Tessa era así de simple. Odiaba el instituto, más bien odiaba las clases que la obligaban a pasar horas y horas sentada en una silla escuchando lo mismo que los años anteriores a aquel. Nadie, ni siquiera el profesor, terminaba de entender como había ido pasando de curso. Seguramente era todo culpa de sus padres, cada año algún pobre incauto del pueblo terminaba por ser el tutor de Tess. Por ahora había quedado con su hermana, Bree había ido a comprar flores en la floristeria (seguramente para añadir a la decoración de su cuarto) y le había pedido que la fuera a buscar. En eso estaba cuando notó un fuerte tirón en el hombro y vio como su bolso (y los pocos ahorros que no se había gastado en chucherías) se iba en brazos de un tipo desconocido. — ¡Eh, tú, ladronzuelo detente! — gritó a la par que salía corriendo a toda velocidad. Le sacaba ventaja pero confiaba en poder atraparlo.

No fue consciente de cuando gritó que alguien más lo detuviera ¿Fue ella? Tal vez alguna de las señoras que la conocían y la veían correr en pos del ladrón. Un paso tras otro y el ladrón cada vez más lejos ¿se le escaparía? ¿sería aquel el final de su -pequeño- esfuerzo como ahorradora? Cuando consiguiera su bolso iría a gastarse el dinero en chuches ¡O pasteles! Pensar en los pasteles de la pastelería le dio energías renovadas, estaba segura que lo atraparía, lo estaba. Hasta que alguien más lo hizo. Era un chico mayor que ella, aunque no demasiado. Rápido de reflejos y con la espalda ancha pero a Tessa no le sonaba haberlo visto con anterioridad por allí. ¿Quién era y por qué había fastidiado su triunfal captura del malechor?

— ¿Eh? — fue lo único que salió de sus labios tras parpadear un par de veces, todavía analizándolo con la mirada. Hasta que reaccionó. — Sí, es mío — dijo, lo normal sería agradecerle, claro, pero se había quedado mirándolo como completa idiota, había jodido su momento de brillantez y, por si eso fuera poco, se quedaría con los méritos de todas las madres jóvenes del pueblo, como si lo viera venir. — Aunque estaba a punto de atraparlo, no necesitaba tu ayuda — añadió cruzándose de brazos orgullosa como la que más. Seguro que era uno de esos tipos que pensaban que las chicas iban en busca de un príncipe azul que las protegiera. Pues ella no era ninguna princesita de esas, ella podía cuidarse sola.

Era hermosa, eso lo sabía de primer plano, pero conforme más miraba, más le gustaba. Era como un soplo de aire fresco, porque todas las chicas que había conocido hasta ese momento habían sido rubias o morenas, y no era que tuviese algo en contra de ellas, pero el cabello negro de aquella chica era diferente, fresco, hermoso. No se había fijado que ella le había contestado hasta que vio sus labios moverse y pestañeó, frunciendo el ceño en el momento que espetó aquello. No esperaba un agradecimiento, a decir verdad, lo había hecho por simple inercia, no porque esperase un agradecimiento o un café, y mucho menos un número telefónico. Su ceño se profundizó, casi al punto de juntar ambas cejas, entonces se cruzó de brazos, imitándola — Todo tuyo — Espetó. Él podría no haber ido a la escuela, pero tenía modales — ¿Te has dejado los modales en casa o en chuches? — Preguntó sin poder detenerse, queriendo devolver las palabras a su boca en el instante que salieron.

— ¡Vaya! Pues mira, lamento haber frustrado tu intento con el ladrón ¿vale? — Soltó de sopetón, arruinándola, sintiéndose cual idiota, mirándola como se miraba a un lejano atardecer, intocable, inalcanzable, porque así le resultaba la chica, además de pesada y terca como ella sola — ¡Me tomas el pelo! El tío te sacaba una cuadra ¿vale? Solo te he hecho un favor, uno que, según tú no necesitabas ¿No? — No podía evitarlo, las palabras ya estaban saliendo como si de vómito verbal se tratase, y era que, de alguna manera lo era. Garrick clavó sus ojos en los suyos una vez más, desafiándola, desafiándose a sí mismo a quedarse en silencio por un rato, al menos tanto como fuese necesario, pero las palabras brotaban y brotaban de sus labios con tanta rapidez que daba miedo.

— Ya, toda una niña grande — Pasó una mano por su cabello, alborotándolo ¿Por qué le estaba pasando justamente a él? — ¿No puedes simplemente decir gracias y marcharte? Enserio, no es ni difícil, solo dices “gra” y luego le sigues con un “cias” — Murmuró, tratándola como una chiquilla pesada, porque de alguna forma, lo era, y estaba seguro de que alguien se lo había dicho antes.

¿Así o más idiota? Aquel chico confirmaba la teoría que días atrás habían desarrollado junto a Bree, los chicos o eran guapos o eran buenos, la mezcla de ambas cosas era totalmente utópica. Y es que parecía que uno tras otro se lo demostraban, como aquel que había intentado salir con ella por una apuesta, o el chico que tenía la nota más alta de la clase pero que después no se comía ni un rosco. — Habló el señor educado — ironizó manteniendo el ceño fruncido. ¿Pero de qué iba? — Y para que lo sepas ni siquiera vengo de casa para haber podido dejármelos allí — añadió como si aquello fuera cierto, si que había venido de su casa pero él no tenía por qué saberlo. La verdad es que la estaba sacando de quicio, muchísimo.  

— ¡Por supuesto que no lo necesitaba! — exclamó de nuevo, estaban formando un alboroto, uno bastante grande. La voz de Tessa había alcanzado límites insospechados y seguramente la habrían escuchado a través de toda la calle. — Estaba punto de atraparle, no estaba a más de una cuadra, ya casi lo tenía, iba a cogerlo — estaba harta de que le dijeran que sus habilidades no servían para nada más que para danzar. Era rápida, podía correr más rápido que muchos y si no había logrado llegar al ladrón antes que el misterioso (e insufrible) chico había sido porque el ladronzuelo le sacaba una cabeza y media.

Ni siquiera lo pensó, no soportó su burla y su brazo se movió solo hacia él. Lo golpeó con el bolso que todavía sujetaba cerca del rostro y no se preocupó por si le había dado fuerte — o eso trató de aparentar —, tampoco por si había alcanzado su ojo. — Gra-cias por meterte en mi camino, forastero — y es que estaba claro que él no pertenecía a aquel pequeño pueblo o lo conocería. Alguien como él no pasaba desapercibido. Al menos no para Tessa.

Tenía que ser amable, él lo sabía, pero pocas ganas le quedaban con la actitud de aquella chica. — Ya, como tú quieras — Declaró, harto de las actitudes de la chica. Harto, porque le tenía harto, le estaba tocando las narices más de lo que alguna chica lo había hecho alguna vez en su vida – más que su madre, y eso era decir mucho. Alzó la mirada solo para ver sus ojos azules y tragar duro. Mierda, ¿Todas las chicas de las ciudades eran así, o era solo ella? No lo sabía, pero tampoco le importaba demasiado — No ibas a cogerlo, acéptalo — Estaban haciendo un escándalo, y uno que no le gustaba demasiado, por lo que él simplemente acabó metiendo una mano en sus bolsillos traseros y encogiéndose de hombros. Que hiciera lo que venía en gana, definitivamente.

— De nada por salvar tu culo, citadina — Probablemente aquello no era un gran insulto, pero Garrick sabía – o al menos quería creer – que con la entonación necesaria y un poco de desdén marcado en su tonalidad, todo estaría perfectamente bien, que no tendría que aguantarse a la chica de nuevo, porque no la vería más (o eso era lo que creía) — Ahora, puedes irte — Dijo, haciéndose a un lado para que él pasara, entonces, y solo entonces estaba al fondo, mirando como su cabello se arremolinaba en su espalda. Las chicas, había dicho una vez su mejor amigo, son un dolor en el culo, justo cuando crees comprenderlas, van y te salen con una patada, y no es genial, créeme. Hasta ese día, no le había creído ni una sola palabra ¿Ahora? Ahora estaba seguro que estaba en lo correcto.

Porque por más maleducada que la chica resultase, se le hacía extremadamente familiar, lo cual era una locura, porque no la conocía ¿verdad?