The Price of Magic
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Mensaje por Anna K. Blanchard Miér Dic 30, 2015 7:01 pm

Trouble
Parque | Con Lev Severnaya | 5:00 pm
De repente lograba llegar a la sala en donde estaba el tocadiscos y ponía un viejo acetato de Tchaikovsky o de Chopin. Aprovechaba los ratos muertos en donde Charles se encontraba trabajando para limpiar la casa y de vez en cuando movía sus manos al ritmo del ballet, ondeando de un lado a otro, como si la escena fuese a cobrar vida de repente y de nuevo estuviese en su querida Rusia, en donde pudiese de nuevo sentir la calidez de la mirada humana como público en su piel, siguiendo sus movimientos, recordándole que el ballet era una perfección falsa pero bella. Anna había decidido dejar esa vida atrás cuando se había casado con Blanchard y ahora el único lugar en donde podía bailar era su casa, en donde no había espectadores, a no ser que fuesen hormiguitas o ratoncillos, porque aunque Charles los odiaba, ella los apreciaba por su compañía. Vaya soledad que sentía, pero empezaba a acostumbrarse. Leía por horas, miraba hacia el mar en su silla de mimbre y esperaba hasta el atardecer para escuchar la puerta abrirse antes de que entrara la enorme presencia de Charles. A partir de ahí era totalmente subjetivo lo que sucedía. Podía el hombre venir de buenas, podía venir de malas. Pero siempre Anna intentaba recibirlo con una tierna sonrisa, aunque casi siempre se iba a dormir con el corazón encogido y los oídos sordos.

Acababa de pasar Navidad, la cena había sido muy seca, pues la única compañía era la de su marido. Ni siquiera Eva había asistido a la cena navideña, a pesar de ser la hermana de Charles. Se habían ido a dormir muy temprano y Anna se había quedado con un cosquilleo de nostalgia al recordar las frías navidades en Rusia. Sí… el frío de Storybrooke no se asemejaba para nada al europeo. Anna extrañaba sus cascanueces, el muérdago y el olor a madera quemada que soltaba la chimenea mientras crujía y brindaba calor. Por ello estaba tan inquieta y quería bailar. No, no bailar, sino esta vez ser la espectadora de algo diferente a las cuatro paredes que se cernían sobre ella normalmente. Esa tarde, que estaba especialmente fría, Charles había recibido llamado de la comisaría para atender ciertos asuntos. Anna había puesto el tocadiscos con el Cascanueces de fondo, pero sin darse cuenta, se estaba poniendo una gabardina, unas botas largas y una gruesa bufanda que le cubría casi todo el rostro. Sus ojos se asomaron cautelosos cuando abrió la puerta principal y la nieve salpicó levemente su frente. Aquella era su oportunidad, y se arriesgaría a dejar la casa, se arriesgaría a la furia de Charles, pero se atrevería a vagabundear un rato en aquél pueblo que la tenía tan invisible y olvidada.

Nunca había salido sin Charles. Solo un par de veces lo había acompañado a una panadería y otra vez al doctor cuando ella pescó un resfriado, pero nunca sola. Aquella aventura le parecía inmensa. El viento sopló y la joven se envolvió más en su saco, dejándose llevar por los caminos, intentando llegar así al centro de la ciudad, alejándose de su casa a orillas del mar. El corazón le latía estruendoso y cuando empezó a reconocer que había más gente a sus alrededores, se empezó a poner nerviosa. ¿Qué tal si Charles la descubría? Además, a penas entendía el inglés.
Se apresuró a caminar sin ser vista, intentando no chocar con la gente, pues solo murmuraba disculpas en ruso. La miraban con extrañeza y seguían su camino. Anna se dispersó hasta que no reconoció lo que la rodeaba. Aquella era buena señal, pues estaba lejos de la comisaría. Pero la suerte no siempre le sonreía a la joven rusa. Cuando pensó que estaba a salvo, creyó ver a lo lejos unos ojos azules que eran inconfundibles. –Oh no, no, no.- Susurró entre dientes en su idioma natal. Caminó alejándose del que creía que era Charles, adentrándose a lo que parecía ser un parque.

Metió más su rostro en la bufanda y se intentó camuflar con la nieve y los árboles. Estaba tan interna en sus preocupaciones, que empezó a esconderse detrás de la gente para no ser vista por su marido. ¿Qué hacía por allí? Debería estar trabajando. Se mordió el labio inferior, intentando no tropezar con sus propios pies. De repente, uno de sus escondites resultó ser bastante útil. Primero pensó que era un árbol, pero su ceguera se disipó cuando comprendió que se trataba de un hombre muy, muy alto.-Maldición.- Murmuró escondiendo su menudo cuerpo detrás de la espalda del hombre, al que por cierto no conocía. Vio por una ranurita del saco del señor que Charles se alejaba por la acera opuesta y ciertamente aliviada, Anna suspiró, separándose de un salto del que parecía ser su salvador.- ¡Oh! Lo siento, no debí hacer eso.-Dijo en un inglés muy atropellado y mal hablado. Sacudió con su blanca mano el saco del hombre que parecía ser un poco intimidante y tragó saliva, nerviosa.- No fue mi intención molestarlo. Debía esconderme.- El fuerte acento la traicionaba, pero era lo menos que podía hacer por el desconocido, intentando dar explicaciones. Se hizo a un lado.- Perdone por interrumpir su día. –Levantó los ojos para mirarlo, esperando la reacción de él, haciéndose responsable de la posible regañiza que podía recibir.
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Mensaje por Lev Severnaya Jue Dic 31, 2015 8:27 am

Trouble
Parque | Con Anna K. Blanchard | 5 PM
Lev no solía pasear por el parque, pero tras la visita de la agente Summers ciertamente se había quedado inquieto, y tras algunos días encerrado con un poco habitual malhumor, salió a despejarse. Necesitaba ver la naturaleza, helada casi, la escarcha y el frío. Necesitaba desconectar. Pero ni siquiera caminando por el parque del Norte había podido evadirse de sus pensamientos.

Quién podría haber pensado mal de él? Esa era la imagen que daba, de intimidante, de peligroso? No era una imagen mental agradable de sí mismo... Aunque, por otro lado, Lev no era consciente de lo que su ceño fruncido unido a su gran tamaño físico podían dar a pensar. No le gustaba mostrar su amabilidad natural, cierto era, pero tampoco se sentía cómodo sabiendo que alguien por ahí pensaba mal de él o de sus acciones. Especialmente, sin que ésa persona malpensante supiera qué le impulsaba a hacer lo que hacía. Porqué se atrevían a juzgarle, si él no lo hacía? Las manos se le ahondaban en los bolsillos y la mandíbula se le apretaba, a medida que avanzaba por el parque. Le repateaba sentir que ésa circunstancia estaba fuera de su alcance, realmente. Y lo peor de todo era no saber el porqué de todo éso.

De pronto, algo impactó en su espalda, forzándole a mirar hacia atrás un momento, sacándole de sus pensamientos recurrentes y obsesivos. Pensó que quizá fuera un niño jugando, pero no. Era una mujer joven, y a juzgar por sus acciones. parecía estar usándole de parapeto contra algo o alguien; quizá se escondía en una pelea de bolas de nieve. Frunció el ceño con extrañeza. No había bastantes cosas raras ya en su vida, para que le usara como escudo en un juego una desconocida? Por lo que pudiera pasar, se quedó muy quieto entre la gente, esperando que ésa señora pasara de largo si la ignoraba.

Pero entonces ella habló, disculpándose, con una voz que sonaba poco usada. Se giró hacia ella, con gesto de sorpresa ahora. Su acento ruso era aún más cerrado que el suyo, y éso le hizo abrir mucho los ojos y subió el rojo a sus mejillas. Preguntó, en ruso, con las manos aún en los bolsillos:

- Espero haber sido un buen escondite, señorita. Puedo ayudarla en algo más?

Y sonrió amablemente, a pesar del frío y de las vueltas que había estado dándole a la cabeza. Cómo no hacerlo? Era la primera vez que podía volver a hablar su lengua materna con alguien desde que salió de su hogar.
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Mensaje por Anna K. Blanchard Lun Ene 04, 2016 8:06 pm

Trouble
Parque | Con Lev Severnaya | 5:00 pm
Se sonrojó intensamente; no estaba acostumbrada a socializar desde hacía tiempo, mucho menos a hacer ridículos de ese tipo. Su familia y su constitución de bailarina se lo prohibían. Pero ¿qué más daba ahora? Su familia natal estaba en Rusia y ya no era una bailarina, aunque su cuerpo dolía ante la añoranza de la música clásica. Sonrió con torpeza al hombre alto y se sintió bastante pequeñita a comparación. Podría tragársela la tierra, eso sería lo ideal. Pero de repente, el fuerte y familiar acento llegó a sus oídos como una cálida briza en aquél día helado. Sintió grandes impulsos de abrazarlo, de ver a alguien desconocido pero tan familiar. Estaba tan lejos de casa, que el recuerdo de esta le hacía tener ganas de llorar. Pero en vez de todos sus impulsos infantiles, apretó los labios, intentando controlar una sonrisa nerviosa y asintió, sin sentido alguno. -¡Habla ruso!- Dijo lo evidente, en el mismo idioma. Sentía pastosa su voz, pero Charles solo la dejaba hablar en inglés, y este debía ser perfeccionado día con día si no quería que su marido se enfadara. Pero ¿de dónde aprendía el inglés? Se ponía días enteros a ver programas norteamericanos, con chistes extraños y personajes un tanto ridículos. No entendía del todo el humor de ese país, quizá porque en Rusia todo era frío como su clima.

-Perdone usted. Su espalda…digo, usted me salvó la vida.- Sonrió con levedad, mostrando los dientes con timidez.-Es que creí ver a mi esposo, y se suponía que hoy no debería salir de casa.-Ni nunca, pensó. Aunque no tenía por qué confesar aquello. Hasta a Eva, su cuñada, tenía que mentirle sobre Charles para que no se enfadase con él y resultara peor la jugada. Prefería tratar ella misma con sus problemas, tarde o temprano los enfrentaría, aunque primero debía averiguar cómo. Miró a su recién conocido compatriota y elevó de nuevo las comisuras de sus labios. -¿Sería mucho atrevimiento invitarle un café? Hace mucho frío, y no quería importunarlo.- Dijo con decencia. No quería volver a casa, ni tampoco quería estar más tiempo a solas. Por más grande que pareciera el hombre, parecía de ojos amables y sonrisa tranquila. –Aunque claro, si tiene usted prisa, no tiene por qué sentirse comprometido.- Dio un pequeño paso hacia delante, con el propósito de seguir su camino, en caso de que el hombre le rechaza la propuesta que le acababa de hacer.
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