The Price of Magic
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Elephants remember [Privado]

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Mensaje por Aaron D. Nzeogwu Lun Ene 04, 2016 10:25 pm

Los elefantes tienen la mejor memoria ¿lo sabías?
Atascados en la entrada a la primaria | Con Freddie  | 9:00 am
Estacionó bruscamente el carro, haciendo que las llantas chirriaran contra el pavimento. Escuchó el quejido de Freddie pero se limitó a fruncir el ceño. ¿Por qué les daban esas camionetas tan grandes a las señoras si no sabían conducirlas? Se resistió a tocar el claxon de la camioneta jeep, esperando con su pobre paciencia a que la señora se dignara a avanzar.-¿Qué espera?- Dijo en voz alta, sin especificar a quién. Freddie no iba a ser quien precisamente le diera una respuesta que a él le gustaría escuchar. –No me digas que todavía le dará la bendición al niño… No puede ser.- Vio cómo la señora ponía las intermitentes de la minivan y se bajaba para ayudar a su hijo con su mochila, para darle luego la bendición y abrazarlo. Si el niñato se ponía a llorar, probablemente Aaron sacaría la cabeza por la ventana y se pondría a gritar. Vamos, tenía un trabajo, tenía cosas qué hacer. El mundo seguía girando. Se viró para mirar hacia donde estaba su hijo. -¿Ya tienes todo listo? No vayas a olvidar de nuevo tu sándwich.- Intentó suavizar un poco el tono de su voz, aunque seguía siendo duro. Hacía tiempo que había perdido esa calidez en él, más allá de su tiempo en África. Miró un momento a Freddie que yacía en el asiento trasero. Sus piernas eran aún regordetas por su edad, su cabello era un nido revuelto, y sus sonrisas aún delataban dientes de leche a medio caer.
Había crecido desde Kansas. Crecía muy rápido, pero su espíritu seguía siendo el mismo, a lo que Aaron se preguntaba aún si aquello le molestaba o le recordaba a él de niño.

Kansas. Viejo y amarillo Kansas.

2 años atrás…

El primer libro que había leído llegando a Estados Unidos había sido el Magnífico Mago de Oz. Repudiaba aquél libro. ¿Cómo un hombre podía ser tan poderoso si hablaba por medio de un mero espectáculo? La bruja mala del oeste en cambio, tenía poderes, no merecía tener un final así. No cuando Dorothy era una niña molesta, que tenía unos zapatos rojos que desde un principio pudieron ahorrarle todo el viaje. Sin embargo llevaba consigo ese libro, que justo estaba alojado en el asiento del copiloto. Ya se lo daría a su destinatario. Aaron había salido a primera hora para ir a Kansas, en cuanto recibió la llamada. No había querido ir al funeral. Ni siquiera sería bien recibido allí, además que estaba seguro que Louise jamás lo habría perdonado, no cuando la abandonó y abandonó a su hijo. Pero todos merecían segundas oportunidades, y por ello Aaron estaba dispuesto a criar a su hijo, Freddie no iría a parar con cualquier familia. Finalmente, Freddie también era un príncipe.

Pasó por el lodoso camino que llevaba a la vieja casa Gilmore. El Honda de Aaron avanzaba trabajosamente y el hombre rezaba por no quedarse atascado en el camino. Por fin llegó, con la mitad del carro sucio, y en cuanto se bajó, sintió la pesadez del ambiente. No, no solo era el calor de Kansas. Aún se sentía el espíritu alegre y libre de Louise, que poco a poco se había visto apagado con su enfermedad. Aaron se acomodó la camisa que traía y tragó saliva. La última vez que había visto a Freddie, era un rollizo bebé. ¿Cómo se vería ahora? Caminó a la entrada de la casa y tocó un par de veces con el puño, escuchando pasos acercándose a abrir. -¿Hola? Soy Aaron.- Dijo a secas. Se aclaró la garganta antes de agregar;-Vine por Frederick, soy su padre.- Aquellas palabras le sabían extrañas, sin embargo mantuvo la compostura y esperó a que le abrieran o que aunque fuese, le dieran una respuesta desde dentro. ¿Aún podía echarse para atrás?
Aaron D. Nzeogwu
Aaron D. Nzeogwu
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Mensaje por Freddie N. Gilmore Jue Ene 14, 2016 2:28 am

Los elefantes tienen la mejor memoria ¿lo sabías?
Listos para el escape | Con Papá  | 9:00 am
No necesitaba asomarme por la ventana para saber que ya habíamos llegado, Padre se aseguraría de hacérmelo saber con aquellos refunfuños ante el cariño que los otros niños recibían de sus padres. Intentaba no pensar en eso mientras revolvía las cosas en mi mochila en busca de uno de mis guantes mientras cantaba uno de los villancicos que había escuchado recientemente en la televisión. Que bonitas eran esas fechas, con la nieve por todos lados y la infinidad de aventuras abriéndose frente a mis ojos. Detrás del libro de Matemáticas, estaban aquellos patines que me habían regalado en navidad y que deseaba estrenar con todas mis fuerzas, actividad más interesante que pasarse todo el día en el aula aprendiendo a dividir. Cuando papá me llevaba a la escuela, escaparse era más fácil, porque él se distraía peleando con las madres de otros y yo podía tirarme al suelo y arrastrarme pecho tierra hasta el arbusto más cercano y luego continuar el camino hasta el siguiente árbol y así hasta que la campana sonaba a mi espalda y yo corría con todas mis fuerzas hacia la locación de mi siguiente aventura. Agité la bolsa de papel que contenía mi sándwich cuando papá me recordó que no lo olvidara. ¡Claro que no iba a olvidarlo, hoy era un sándwich de mermelada con mantequilla de maní! Solo se me olvidaba el almuerzo cuando se trataba de sándwich de huevo cocido o algo asqueroso como eso. —¿Llegarás hoy temprano de trabajar? Porque yo sí— Después de su bien planeada mañana en el lago, había acordado con la anciana de enfrente que le palearía la nieve de la entrada a cambio de algunas de esas galletas que horneaba y que podía olfatear desde la ventana de mi habitación. Observé como papá apretaba las manos alrededor del volante y una mueca apareció en mis labios al apretarlos— Mañana no tienes por qué traerme a la escuela si no quieres. Puedo caminar… Daisy se ha ofrecido a acompañarme mientras ella va de camino a su escuela— Mentira. Pero era una mentirita blanca, de esas que no hacen daño a nadie per benefician a muchos. Daisy podría decir en su escuela que se le hizo tarde por acompañarme –a ella le encantaba hacer cualquier cosa menos ir a la escuela, por eso éramos amigos-, Papá no tendría que estresarse ni molestarse por la conducta de otras familias y yo podría saltarme la escuela sin tener que hacer maniobras dignas de un ninja.

(...)


Aquel día ninguna pesadilla había invadido mi sueño pero los suspiros se escapaban de entre mis labios cada vez que abría los ojos. Había caído dormido después del funeral porque no tenía nada más que hacer. El mundo que soñaba ilimitado se había reducido consideradamente sin la presencia de mamá y aquel aroma que desprendían sus sabanas no era suficiente para acompañar ese vacío en el fondo del pecho que se negaba a explotar y absorber todo. La señora Matthews, nuestra vecina y gran amiga de mi mamá, había sostenido mi mano durante el funeral y se había encargado de hablar con todos los demás en mi nombre y aquello se lo agradecería toda la vida pues no estaba seguro de poder despegar los labios sin evitar sollozar al instante. Desde entonces había mantenido su espacio y desde la alcoba de mi madre podía escuchar como la señora Matthews ponía sabanas sobre todos los muebles y subía las escaleras cada diez minutos para asomarse lentamente por la puerta. Yo la escuchaba subir, contaba hasta 13, el número exacto de nuestros escalones y cerraba los ojos de inmediato para que no me preguntara nada y para evitar aquel brillo de lástima que los adultos intentaban esconder pero que se veía claramente en sus ojos y que solo lograba alertar a aquel vacío en mi pecho de que pronto sería la hora de acabar con todo. Entre aquella pesadez en el cuerpo, tan nueva y extraña pero que pronto entendería, era característica de la tristeza, me removí una vez más en la cama y cerré los ojos, esta vez para volver a dormirme profundamente.

Una mano pasando sus dedos entre mis cabello fue lo que me despertó, sobresaltado. Asustado por algo que no estaba ahí pero que me seguiría durante muchos años: El miedo de que todo fuera verdad. Desconsolado, mire a la señora Matthews, realizando la misma caricia a mis cabellos que mamá solía hacer y mirándome con aquel brillo en los ojos, aquel que no quería ver.—Tu padre está aquí, Freddie—¿Aquellas eran noticias buenas o malas? Mamá nunca me contó nada sobre él pero había escuchado decir a sus amigas que “Un hijo jamás debe pensar mal de su padre” y ahí estaba yo, sin pensar mal de él pero tampoco pensando bien porque no lo conocía y ahora él venía por mí. Mamá me lo había dicho, me había pedido que lo obedeciera y fuera buen niño, ¡Claro que era buen niño, si ella me había criado!.

Bajé las escaleras de la mano de la señora Matthews y con la otra mano sosteniendo una larga cobija de mamá alrededor de mi cuello y que se arrastraba tras de mi como si fuera una capa. Papá estaba sentado en uno de los sillones y yo me senté en el que estaba frente a él, con los pies balanceándose y golpeando la madera del sillón, creando un sonido hueco que llenaba el silencio entre ambos. Nos habíamos quedado solos pues la amiga de mamá había ido a prepararme un chocolate caliente con galletas y a papá un café, seguramente. Aquel hombre no se parecía a mamá que prefería un buen chocolate a la cafeína. No era buena señal.
Intenté encoger mi tamaño, fundirme con aquella cobija pero jamás despegue la mirada de aquel hombre. Mi garganta estaba seca y los ojos me ardían por las lágrimas contenidas pues con aquel hombre, la verdad y las inseguridades sobre el futuro también habían llegado.— Po....¿Podemos vivir aquí?—Quedaría al cuidado de mi padre, de aquello no había duda pero quizá, solo quizá no me sería arrebatado cada pedazo de mi vida y podría seguir viviendo en aquel hogar que mamá había construido para nosotros.
Freddie N. Gilmore
Freddie N. Gilmore
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