The Price of Magic
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Mensaje por Edgard D'Angelo Miér Dic 23, 2015 4:23 pm

Devil came to me. And he said you just follow me
Seven Deadly Sins | John Cardinal | 00:00
El Club estaba prácticamente lleno. Los clientes, todos vestidos con ropajes oscuros bajo la tenue luz ocultaban su identidad a los demás lo justo y lo necesario como para que de un simple vistazo no pudieran ser identificados. Nadie podía curiosear más allá de lo educadamente debido en el Seven Deadly Sins, nadie podía inmiscuirse de los asuntos de otro pese a que este fuera su hijo, su padre o lo mejor: Su hija.

Edgard había dispuesto que en las dos plantas que disponía la casa que hacía de Club se mezclaran los juegos de mesa de azar y la diversión que otorga una fémina dispuesta a pasar un buen rato a cambio de asaltar la cartera de un corazón demasiado hambriento de un amor tan falso como efímero.

En el sótano, el lugar reservado solo para los clientes de confianza se podía encontrar prácticamente todo lo que el ser humano, en lo más profundo de su impío corazón, pudiera desear hacer en una noche donde ninguna regla o acto de conciencia colectiva pudiera detenerle. Si lo podías pagar, era tuyo. Era la única regla que Edgard tenía como inamovible y el pilar de su negocio, aunque no siempre el precio fuera precisamente dinero.

Sentado en una de las mesas de juego, sin participar pero observando la partida, se percata de que una de sus chicas le hace una señal característica: Un cliente nuevo ha entrado en el Club, una cara nueva que bien podía ser de la pequeña policía de Storybrooke u otro marido cansado de una vida tan aburrida como vacua. Con un suspiro de resignación, se disculpa ante sus clientes y abrochándose un botón de la chaqueta oscura se dirige hacia el recién llegado.

Nada más verle parecía evidente que no se trataba de un hombre amargado de su miserable vida, no uno cualquiera al menos. No tenía mal aspecto y Edgard podía ver como algunas de sus chicas dejaban deslizar sus miradas hacia él << Apuesto a que más de una le querría alegrar la noche gratis. >> Con su característica sonrisa lobuna se sienta junto a él en la barra y tras dejar pasar unos segundos, habla.

- Bienvenido a Seven Deadly Sins. – Tendiéndole la mano espera que se la estreche, mientras prosigue. – Soy Edgard D’Angelo, dueño de este lugar que espero sea de su agrado, al menos, durante esta noche. – Con un gesto hace que el camarero le sirva una copa al misterioso cliente mientras espera la reacción de este, entre intrigado y divertido.
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Mensaje por John Cardinal Dom Dic 27, 2015 2:28 pm

Devil came to me. And he said you just follow me
Seven Deadly Sins | Edgard D'Angelo | 00:02
La noche acudió como cualquier otro día normal. Las mismas estrellas centelleaban con su fulgor sobre la oscuridad del cielo. La misma luna mostraba su rostro creciente entre las nubes que la custodiaban. Y las mismas rutinas eran llevadas a cabo por los habitantes de Storybrooke. Nada parecía cambiar en exceso en aquel recóndito lugar del estado de Maine. Los comerciantes cerraban sus negocios, los trabajadores regresaban a sus casas y todos cenaban en familia, en una aparente, teórica y muy falsa representación de lo que era la felicidad. Todos ellos parecían estar encerrados en aquel bucle infinito para cuando el sol se desvanecía por el horizonte. Al menos, los habitantes más respetables. Y John Cardinal nunca fue nada de eso.

"Seven Deadly Sins." - Recitó, leyendo para sí mismo mientras esbozaba una media sonrisa entre sus labios. No era un nombre nuevo para él, conocía el sitio aunque fuese de oídas y de muchos de sus pasados trabajos. No era la primera vez que observaba el diseño de las letras sobre el edificio y que aguardaba desde la calle de en frente. La diferencia es que en todas las otras ocasiones había estado con una cámara en una mano y un café bien cargado en la otra, esperando que su objetivo de turno saliese o entrase al club de tan alta gama, normalmente una hija rebelde o un marido de bragueta fácil.

John sabía que era una zona muy restringida y bien custodiada. Además, había oído de las normas que estaban establecidas para mantener el secretismo, la seguridad y la identidad de cada invitado. Un verdadero club de prestigio que sabía mantener a sus clientes satisfechos. Por ello, intentar entrar por un simple chanchullo de investigación nunca le valió la pena el riesgo ni las molestias.

Sin embargo, aquella noche era diferente. John cruzó la calle casi sin mirar si venía algún coche por la carretera y, al alcanzar el otro lado, se acercó a la puerta del Club y la empujó para acceder dentro. El interior, para su sorpresa, no estaba tan cargado como el del resto de establecimientos de bajo nivel a los que estaba acostumbrado frecuentar. Se encontraba con un espacio bien organizado y de gran estilo, un lugar que buscaba la comodidad pero también el atrevimiento. Quizás de más nivel que el apropiado para él, sin embargo, no pudo más que esbozar una mueca de agrado junto a un ligero asentimiento de cabeza.

Caminó hacia la barra con pasos largos pero pausados, observando bien su alrededor y deteniendo la mirada en los presentes y, especialmente, en todas las “invitadas” con las que se cruzaba. Guiñó el ojo a la primera que le sostuvo la mirada y sonrió sutilmente pero con picardía a la siguiente, justo para cuando alcanzó la barra principal. Al no llevar más que una camisa blanca algo desabrochada y arremangada, junto a una chaquetilla negra ceñida a su torso, pudo sentarse en el primer asiento que tomó sin necesidad de tener que quitarse ninguna prenda de por medio.

Fue mientras se planteaba qué pedir cuando una nueva presencia tomó asiento a su lado. Y no pasaron ni cinco segundos cuando el hombre a su lado le dio la bienvenida y le ofreció estrecharle la mano. John era reticente a dar la mano a casi cualquiera, por ello, enarcó la ceja al contemplar el gesto de saludo y con un leve suspiro de resignación le ofreció un fuerte pero breve apretón de manos. Para entonces, el hombre a su lado ya había proseguido su presentación. "Vaya, vaya... El mismísimo hombre del que he oído hablar." - Edgar D'Angelo era el dueño del Club, tal como no tardó en anunciar por sí mismo, además de ser la persona a la que Cardinal estaba interesado en conocer. Tenía un plan, o algo que podía parecer parte de un plan, que requería saber más de aquel hombre de sonrisa lobuna y mirada oscura.

-Hm, gracias. Aunque ya sabía quién eras, Señor D'Angelo. He oído hablar de ti. - Respondió siendo directo y mirándole de frente, justo antes de volver a posar la vista hacia el camarero y a la copa que éste le había traído para él. Tomó un sorbo y apreció el sabor antes de volver a continuar con la charla. - Digamos que estoy más acostumbrado a antros de mala muerte, pero sin duda cuanto veo por aquí parece que puede ser de mi agrado.

Contempló a otra de las chicas que estaba a la espalda del dueño y dejó escapar otra sutil sonrisa entre labios. "Aquí al menos se disfruta bien de las vistas."

- Yo soy John Cardinal, por cierto. Investigador privado. O al menos eso pone en mis tarjetas.

Y como si la hubiera tenido en la mano desde el principio pero no la hubiera mostrado hasta entonces, sostuvo entre los dedos índice y corazón una de sus tarjetas blancas frente a D'Angelo. El primer paso estaba hecho, ahora sólo quedaba continuar el camino.
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